En Cartas Obispo Emérito

Queridos hermanos y amigos:

Mañana es ya Navidad. Y queremos vivirla y celebrarla con el gozo que surge de contemplar la Salvación de Dios. Salvación que nos trae su presencia entre nosotros, la del Hijo de Dios, Jesucristo, que viene a nosotros, y que, con su abajamiento y su humildad, nos une a Él. Es la ternura de Dios que acaricia nuestras vidas.

El papa Francisco ante la pregunta: ¿Cuál es el mensaje de la Navidad para las personas de hoy?, nos responde que es un tiempo que “nos habla de la ternura y de la esperanza. Dios, al encontrarse con nosotros, nos dice dos cosas. La primera, tengan esperanza. Dios siempre abre las puertas, no las cierra nunca”. Es el papá que nos abre las puertas. Segunda, no tengan miedo de la ternura. “Cuando los cristianos se olvidan de la esperanza y de la ternura se vuelven una Iglesia fría, que no sabe dónde ir y se enreda en las ideologías, en las actitudes mundanas. Mientras la sencillez de Dios te dice: sigue adelante, yo soy un Padre que te acaricia”.

Podemos decir que la Navidad es un despertador de lo mejor de nosotros. Muchas veces, se critica que son sentimientos que duran poco; el “espíritu navideño” se ciñe a unos pocos días, volviendo después a nuestros egoísmos, pero, a su vez, también es una oportunidad, un despertador de lo que debe ser nuestra vida. Esperanza y ternura que, como nos dice Francisco, queremos vivir cada día y por ello nos advierte: “Tengo miedo cuando los cristianos pierden la esperanza y la capacidad de abrazar y acariciar. Tal vez por esto, viendo hacia el futuro, hablo a menudo sobre los niños y los ancianos, es decir los más indefensos. En mi vida como sacerdote, yendo a la parroquia, siempre traté de transmitir esta ternura, sobre todo a los niños y a los ancianos. Me hace bien, y pienso en la ternura que Dios tiene por nosotros”.

Por ello, ante el recuerdo del Niño pequeño nacido en Belén, esta ternura de Dios despierta en nosotros nuestra capacidad de agradecer, nuestra capacidad de admiración y asombro y nuestro deseo de servir al hermano, especialmente al desvalido (pobre, enfermo, emigrante…) y, sobre todo, a vivir desde la confianza.

 

Sólo la ternura alivia el dolor del corazón, sólo la ternura de una madre hace más llevadero el dolor, por ello podemos decir que la ternura es el rostro materno de Dios. Ternura que, no solo alivia un poco, es la acción amorosa de Dios que cura de raíz el corazón del ser humano.

Esta ternura de Dios es la grandeza de lo pequeño, no hay medios extraordinarios que nos acercan a Dios, sólo la sencillez y la humildad nos lo hacen cercano, el “Dios-con-nosotros”.

Con el deseo de este encuentro con la ternura de Dios, os deseo a todos una feliz y santa Navidad. En mi pensamiento y oración estáis todos vosotros y de un modo especial todos aquellos que sufren por distintas situaciones difíciles de la vida.

Muchas veces, cuando celebramos una fiesta solemos decir que lo hacemos “una vez más”, pero el espíritu cristiano de cada fiesta es “cada vez más”. Así tendría que ser también para todos nosotros este año. “Cada vez más”, más cerca de la ternura de Dios, más cerca de su amor, más cerca de su misericordia.

¡FELIZ NAVIDAD Y GOZOSO AÑO NUEVO 2019 PARA TODOS!

Con todo afecto os saludo y bendigo

+ Eusebio Hernández Sola, OAR

Obispo de Tarazona

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