En Cartas Obispo Emérito

Queridos hermanos y amigos:

Hoy escuchamos en el Evangelio de este domingo uno de los pasajes más conocidos, la parábola a la que se le ha puesto el nombre del hijo pródigo, aunque más bien, le podríamos poner el nombre del padre misericordioso ( Lucas 15,1-32).

Es bueno escuchar y meditar los textos evangélicos un y otra vez, porque siempre son una novedad. El texto es siempre el mismo, pero, a la vez, es siempre un texto nuevo; y es así porque cada vez que nosotros lo escuchamos y lo meditamos viene la palabra de Dios a nuestra vida. Nuestra vida que va cambiando cada día y, por lo tanto, dadas las diversas circunstancias por las que pasamos, siempre viene a iluminar nuestra vida en todas estas nuevas situaciones por las que pasamos.

Como decía más arriba el padre de la parábola es el gran protagonista de la narración. Como bien sabemos, el padre que aparece en el texto es una imagen de Dios que es nuestro Padre, es el que tiene siempre las manos abiertas, y que muestra en su actitud su corazón siempre lleno de misericordia

Los hijos podemos ser cada uno de nosotros. El hijo pequeño es la imagen del pecador, que se da cuenta de que solo puede ser feliz junto a Dios, aunque busque su perdón cuando ha visto el gran fracaso que ha sido su vida. El hermano mayor, como nos dice el texto es un hombre que cumple y trabaja; que siempre ha estado con el padre, pero sin alegría. Ha servido porque no había más remedio, y con el tiempo se le ha empequeñecido el corazón. Ha ido perdiendo el sentido de la caridad mientras servía.

El papa Francisco comentaba este evangelio diciendo: “Algunos cristianos parecen ser devotos de la diosa lamentación. El mundo es el mundo, el mismo que hace cinco siglos atrás y es necesario dar testimonio fuerte, ir adelante pero también soportar las cosas que aún no se pueden cambiar. Con coraje y paciencia a salir de nosotros mismos, hacia la comunidad para invitarlos. Sean por todas partes portadores de la palabra de vida, en nuestros barrios, donde haya personas. Queridos hermanos, tenemos una oveja y nos faltan 99, salgamos a buscarlas, pidamos la gracia de salir a anunciar el evangelio. Porque es más fácil quedarse en casa con una sola oveja, peinarla, acariciarla, pero a todos nosotros el Señor nos quiere pastores y no peinadores. Dios nos dio esta gracia gratuitamente, debemos darla gratuitamente”. Es decir, Dios espera de nosotros una entrega alegre, no de mala gana ni forzado, pues Dios ama al que da con alegría”.

En otra ocasión el papa Francisco, comentaba esta parábola, comparando “la actitud de la figura del padre de esa parábola, que abraza al hijo después de haberlo esperado por mucho tiempo, nos recuerda el espíritu de la ‘madre’, que sigue amando y perdonando a sus hijos, aunque no lo merezcan”.

Es la figura del padre la de “Dios te busca aunque tú no lo busques. Dios te ama aunque tú te hayas olvidado de él. Dios descubre una belleza en ti aunque tú pienses haber malgastado inútilmente todos tus talentos”.

Según el Papa, “Dios es como una madre que nunca deja de amar a su criatura. Es como una ‘gestación’ que dura siempre, mucho más allá de los nueve meses de la biológica, y que genera un circuito infinito de amor”.

Pidamos hoy, al escuchar esta palabra que nuestro corazón sea como el del padre de la parábola.

Con todo afecto os saludo bendigo.

 

+ Eusebio Hernández Sola, OAR

Obispo de Tarazona

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