In Cartas Obispo Emérito

Queridos hermanos y amigos:

¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio! Hoy escuchamos esta frase de san Pablo en la segunda lectura de la Misa (1 Corintios 9, 16-19. 22-23). Frase que es siempre actual y, a la vez, un desafío en todo tiempo para la Iglesia.

Debemos convencernos de que para la Iglesia, el anuncio del Evangelio, o sea evangelizar, no es una tarea más, entre otras posibles, sino la tarea esencial. Ya el beato papa Pablo VI señalaba esta urgencia: “Con gran gozo y consuelo hemos escuchado, al final de la Asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas: ‘Nosotros queremos confirmar, una vez más, que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia’: una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (Exhortación apostólica de Pablo VI “Evangelii nuntiandi” 14).

Es lo que os proponía hace un año cuando os presenté la carta pastoral: “La diócesis de Tarazona en estado de misión”. En ella quería subrayar el vínculo indisoluble que une el anuncio evangélico con el testimonio. Podemos decir que el anuncio de Jesucristo y su Evangelio siempre resulta ineficaz si no va acompañado del testimonio; sólo un testimonio convincente evangeliza. Estamos ante un dato constante a lo largo de la historia de la experiencia cristiana.

De este testimonio, como algo imprescindible para la evangelización, nos han hablado los papas después del Concilio Vaticano II; san Juan Pablo II afirma en la encíclica “Redemptoris missio”: “el testimonio de la vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión” (RM 42). Es lo que ya nos pedía el decreto conciliar “Ad Gentes”: el testimonio de vida y el diálogo (AG 11), junto con la práctica de la caridad (AG 12), y lo que el beato Pablo VI  señalaba en el documento que antes os citaba: “La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio” (EN 21).

Anunciar el Evangelio es, por lo tanto, la misión de cada bautizado. Es lo que tantas veces ha afirmado el papa Francisco: “Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa. Anunciar el Evangelio, con la palabra e incluso antes, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada miembro suyo” (Angelus 24 de enero 2016).

Para poder realizar esta misión que el Señor encomienda a todo cristiano, la primera actitud que debemos tener es convertirnos a Jesús, a Él que, como vemos en el Evangelio de hoy (Marcos 1, 29-39): “Cura a muchos enfermos de diversos males”; o como nos dice el Salmo (146): “Sana los corazones destrozados”.

Efectivamente, como nos dice el papa Francisco, frente a los diversos males del mundo: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”, así empieza la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”. Éste debe ser pues nuestro testimonio: “Quiero dirigirme a los fieles cristianos –escribe el Papa- para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría”. Se trata de un fuerte llamamiento a todos los bautizados para que, con fervor y dinamismo nuevos, lleven a los otros el amor de Jesús en un “estado permanente de misión”, venciendo “el gran riesgo del mundo actual”: el de caer en “una tristeza individualista”.

Con todo afecto os saludo y bendigo.

 

+ Eusebio Hernández Sola, OAR

Obispo de Tarazona

 

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