En Cartas Obispo Emérito

Queridos hermanos y amigos:

Comienzo esta carta, deseándoos a todos una feliz Pascua ya que el domingo pasado, “Iglesia en Aragón” hizo un paréntesis en nuestro encuentro semanal.

Celebramos hoy el segundo domingo del tiempo pascual, conocido también como domingo de la Misericordia. Volvemos a escuchar en las Misas de este tiempo las lecturas propias de la Pascua; tienen un especial significado las lecturas que proclamamos de los Hechos de los Apóstoles, en las que vemos la transformación que se realizó en todos aquellos que fueron testigos de la Resurrección del Señor.

Hoy la primera lectura (Hechos de los Apóstoles 4,32-35), nos presenta de una forma breve, pero muy clara, lo que el encuentro con el Resucitado ha realizado en la comunidad de Jerusalén. El texto nos señala las principales características de esta comunidad:

“Todos pensaban y sentían lo mismo”. En todo conjunto social es difícil llegar a tener un pensamiento y un sentir común. Sucede en todos los grupos, familias, comunidades, ya que cada uno quiere mantenerse, muchas veces, con su opinión. Opinión y pensamiento que tantas veces se basa en la defensa de los propios intereses. Sin embargo lo que parece imposible en cualquier grupo, “pensar y sentir lo mismo”, es posible gracias al encuentro con Cristo Resucitado.

Este “pensar y sentir lo mismo” no significa una unidad en todos los pensamientos y sentimientos, como si se hubiera hecho un lavado de cerebro propio de una secta. Cada uno de aquellos miembros de esa comunidad, tendrían, seguramente, sus propios pensamientos sobre la vida política de la época, sobre aquello que debía ser su vida, etc. Lo mismo podemos decir de sus sentimientos, cada uno de ellos, mantendría sus relaciones afectivas con sus familias y sus amigos. Lo que daba unidad en el pensar y en el sentir, era el encuentro con Cristo. El pensamiento común era la certeza de su Resurrección y el sentimiento común era la experiencia del amor que Jesús daba a todos.

Estas deben ser también nuestras certezas que nos dan la comunión, Cristo ha resucitado, Él vive con nosotros y nos acompaña siempre con su amor. Este es el reto de cada cristiano, porque estas dos realidades son las que crean la comunión.

“Lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía”. Lo más difícil para todos es compartir los bienes y, mucho más, lo que hoy nos dice el texto de los Hechos, “nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía”. El encuentro con el Resucitado había cambiado la mentalidad de poseer los bienes sólo en beneficio propio y como nos dice el texto la comunión llega hasta el extremo de que, “ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno”

“Daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor”. Los apóstoles y toda la comunidad que, como veíamos en los días de la pasión de Cristo, tenían miedo e incluso se dispersaron, se han transformado y se han llenado de valentía y fuerza para anunciar “con mucho valor” que verdaderamente Jesús ha resucitado y vive en ellos.

Finaliza el texto de los Hechos diciéndonos que, “Dios los miraba a todos con mucho agrado”. Podemos decir que se cumplía en ellos lo que San Juan nos presentaba en la segunda lectura (5,1-6): “En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”.

Los Hechos nos presentan lo que debe ser nuestra aspiración en la vida cristiana, realidad que será posible si nosotros ahora abrimos nuestro corazón para dejarnos encontrar con Cristo Resucitado.

Con todo afecto os saludo y bendigo.

 

+ Eusebio Hernández Sola, OAR

Obispo de Tarazona

 

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