Queridos hermanos y amigos:
Tras las fiestas de la Epifanía y el Bautismo del Señor que celebramos la semana pasada, concluyendo así el tiempo de Navidad, comenzamos el llamado Tiempo Ordinario. Este tiempo litúrgico está compuesto por treinta y cuatro semanas en el transcurso del año. Lo comenzamos al concluir el tiempo de Navidad coincidiendo con el inicio del año y, a lo largo de él, se va interrumpiendo para centrarnos en los llamados “tiempos fuertes” de Cuaresma-Pascua y Aviento-Navidad.
Un elemento importante de este tiempo son las lecturas bíblicas de la misas, especialmente las dominicales, que colaboran a la formación cristiana de la comunidad y, a su vez, a profundizar y vivir el Misterio Pascual en la vida de todos días. Esas lecturas no se hacen para cumplir con un rito, sino para conocer y meditar el mensaje de salvación apropiado a todas las circunstancias de la vida.
En la lectura del Evangelio de este primer domingo (Juan 1, 35-42) hay una frase que nos puede ayudar a comprender lo que debe ser para nosotros el Año Litúrgico: “Vieron dónde vivía y se quedaron con él”. Jesús que nos llama continuamente nos invita a conocerlo, a descubrir dónde habita y a desear quedarnos siempre con él. La celebración del domingo podemos decir que tiene esa misión, por ello debemos cuidarla incluso en las comunidades más pequeñas y, sobre todo, no cansarnos de proponerla en la catequesis, en los grupos de formación y en la predicación, así como con nuestro testimonio.
Nos puede ayudar el testimonio de los mártires de Abitina a principios del siglo IV, en el norte de África: Tras ser arrestados fueron llevados a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino. Fue significativa, entre otras, la respuesta que un cierto Emérito dio al procónsul que le preguntaba por qué habían transgredido la severa orden del emperador que prohibía las reuniones cristianas dominicales. Respondió: “Sine dominico non possumus”; es decir, sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir. Aquella pequeña comunidad de unos 49 miembros fue martirizada.
El papa Benedicto XVI nos lo recordaba, a propósito del testimonio de los mártires de Abitina: “Nosotros tampoco podemos vivir sin participar en el Sacramento de nuestra salvación y deseamos ser “iuxta dominicam viventes”, es decir, llevar a la vida lo que celebramos en el día del Señor. En efecto, éste es el día de nuestra liberación definitiva. ¿Qué tiene de extraño que deseemos vivir cada día según la novedad introducida por Cristo con el misterio de la Eucaristía?” (Sacramentum Caritatis, 95)
También el papa Francisco está dedicando en estos meses unas catequesis semanales sobre la Eucaristía y su valor en la vida cristiana, su lectura y reflexión nos pueden ayudar a vivir el domingo y su importancia en la vida cristiana.
Finalmente, os invito hoy a uniros a toda la Iglesia que nos pide orar y reflexionar sobre los emigrantes y los refugiados; celebramos en este día la Jornada Mundial de las Migraciones. Como bien sabemos es un verdadero drama de nuestra época, tantas personas que por motivos de pobreza, violencia o persecución se ven obligadas a abandonar su tierra y buscar en otros lugares, en condiciones muchas veces trágicas, una posible salida. Recemos, hagamos algo por ellos. No olvidemos a estos hermanos nuestros.
Con todo afecto os saludo y bendigo
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona