Queridos hermanos y amigos:
Celebramos en este domingo la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista, su conmemoración que es siempre popular y se hace hoy más cercana a todos al celebrarla en domingo. San Agustín hace la observación de que la Iglesia celebra la fiesta de los santos en el día de su muerte que, en realidad, es el día del nacimiento, del gran nacimiento a la vida eterna; pero que, en el caso de san Juan Bautista le conmemora el día de su nacimiento, porque fue santificado en el vientre de su madre y anunció a Cristo ya antes de nacer (Sermón 292,1).
Este día es una fecha que marca el comienzo del verano, se dice de esta fiesta: “la noche más corta, la fiesta más larga”; la noche de San Juan es la más corta del año, y a partir de hoy el día empieza a menguar sus horas de sol. San Agustín aprovecha este fenómeno natural para explicar la misión de San Juan Bautista: “Esto nos lo indicaron los respectivos nacimientos y pasiones de Juan y de Cristo. En efecto, Juan nació cuando los días comienzan a disminuir, y Cristo cuando comienzan a crecer. Esa disminución quedó significada en la decapitación, y este crecimiento, en la elevación sobre la cruz. Hay, además, otra forma de entenderlo algo más oculta, que el Señor abre a quienes llaman, referente a cómo ha de entenderse lo que Juan dijo de Cristo: Conviene que él crezca y que yo, en cambio, mengüe” (Sermón 293).
San Juan Bautista cumplirá una misión fundamental en la historia de la salvación: manifestar que Cristo está en medio de nosotros, que con Él ha llegado la salvación anunciada en los profetas. Nosotros proseguimos esta misma misión, ya que la Iglesia existe para evangelizar, es decir anunciar a Cristo; como el papa Francisco decía en un día como hoy: «La Iglesia existe para anunciar, para ser la voz de la Palabra, de su esposo, que es la Palabra. Y la Iglesia existe para anunciar esta Palabra hasta el martirio. Martirio precisamente en las manos de los soberbios, de los más soberbios de la Tierra. Juan podía volverse importante, podía decir algo acerca de sí mismo. ‘Pero yo nunca cuento’ sino solamente esto: indicaba, se sentía la voz, no la Palabra. Es el secreto de Juan. ¿Por qué Juan es santo y sin pecado? Porque nunca tomó una verdad como propia. No quiso volverse un ideólogo. Es el hombre que se negó a sí mismo, para que la Palabra crezca. Y nosotros, como Iglesia, podemos pedir hoy la gracia de no convertirnos en una Iglesia ideologizada…». (24 de junio de 2013, homilía en Santa Marta).
Es, a su vez, un modelo de cómo se debe evangelizar y anunciar a Cristo: con valentía y humildad. Fruto de estas actitudes será el verdadero apostolado que demos con nuestro ejemplo, un apostolado humilde y eficaz como el que nos enseña el Bautista. “Conviene que Él crezca y yo disminuya”, esta convicción debe llevarnos a que toda nuestra vida sea una constante lucha por acercarnos más a Dios y llevar a más hermanos a Él. Juan era valiente, y verdaderamente humilde. No busca la gloria propia, sino la gloria de Dios. La solemnidad de su nacimiento nos ayuda a reflexionemos sobre todo aquello que hemos dejado de hacer por temor, comodidad o ignorancia.
Que San Juan Bautista nos ayude a comprender que también a nosotros el Señor nos ha elegido y nos ha destinado a ser luz del mundo.
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona