En Cartas Obispo Emérito

Queridos hermanos y amigos:

Esta tarde celebraré a las 7 de la tarde, en la S. I. Catedral de Tarazona, la Eucaristía con motivo de las bodas de oro de mi ordenación sacerdotal, que recibí en la iglesia del convento de Marcilla de los agustinos recoletos, el 7 de julio de 1968. Os hago partícipes a través de esta carta de la acción de gracias al Señor, por este tiempo vivido al servicio del Señor y de la IglesiA.

El pasado 10 de mayo, fiesta de San Juan de Ávila, patrono del clero español, lo celebré con los sacerdotes de la diócesis. Como bien sabéis, cada año, ese día, los sacerdotes de la diócesis celebran sus bodas de oro o plata de su ordenación en compañía de los hermanos sacerdotes; este año solamente lo celebraba yo, y dirigí unas palabras en las que hacía un recorrido por mi vida al servicio de la Iglesia. No es este el lugar para volver a repetirlas, pero sí para transmitir las vivencias principales de mi vida y junto a vosotros dar gracias al Señor.

En primer lugar por mi familia. Provengo de una familia trabajadora -mi padre era transportista- en la que yo soy el mayor de cuatro hermanos, ellos supieron acoger mi vocación, acompañarla y apreciarla.

Tengo, también, mucho que agradecer a Dios y a mis superiores religiosos, agustinos recoletos, por las posibilidades que me dieron para realizar los estudios previos a mi ordenación sacerdotal (Lodosa, Fuenterrabía, Marcilla) el noviciado en Monteagudo y los posteriores en la Universidad de Comillas y en la Complutense de Madrid. Todos estos estudios me proporcionaron una gran riqueza espiritual e intelectual, y durante el periodo universitario pude ser testigo de destacados cambios sociales y políticos tanto a nivel nacional como internacional.

Cincuenta años al servicio de Dios y de su Iglesia son muchos años que han supuesto multitud de vivencias y experiencias, la mayoría muy gratas y otras, las menos, como suele ocurrir en la vida de todas las personas, no tanto. De estos 50 años, 35 los pasé en Roma, desempeñé mi trabajo en la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, que me aportó un gran conocimiento sobre diferentes aspectos y situaciones de la vida consagrada en todo el mundo, y me permitió conocer la realidad eclesial de muchísimos países y tener experiencia de primera mano de la catolicidad, la universalidad de la Iglesia, tema que le gustaba mucho a san Agustín.

Y, por último, los años como Obispo de la Diócesis de Tarazona, en los que el trabajo pastoral se ha convertido en uno de mis principales objetivos -teniendo siempre presentes las directrices que marca el Papa Francisco- que están siendo muy gratificantes al permitirme estar en contacto directo con la gente y con los sacerdotes. Y así se lo comuniqué en la audiencia privada que tuve con el Papa el día 23.

En mi celebración de las bodas de oro sacerdotales me pregunto qué ha significado para mí estos 50 años. Sin la experiencia profunda de fe y la oración diaria toda mi tarea carecería de sentido. Y lo primero que resuena en mí es una frase de San Agustín: “La labor pastoral en la Iglesia es un oficio de amor” (Comentario al evangelio de San Juan 123,5). Sí, porque en la medida en la que el sacerdote pone al servicio de la comunidad eclesial toda su capacidad de amar, vive en coherencia con el don y el encargo que ha recibido. Y este amor lo recibimos diariamente de Dios.

Hoy, más que nunca, los sacerdotes debemos conocer la realidad de nuestra sociedad, sus desafíos y sus retos a fin de encontrar nuevas maneras de presentar a Jesús y su Evangelio a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.

Con vosotros quiero hoy dar gracias al Señor y me confío a vuestras oraciones, con todo afecto os saludo y bendigo.

+ Eusebio Hernández Sola, OAR

Obispo de Tarazona

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