Queridos hermanos y amigos:
El jueves pasado iniciábamos el mes de noviembre con la solemnidad de Todos los Santos, seguida de la conmemoración de los fieles difuntos. El Martirologio Romano señala que, en la primera solemnidad, la Iglesia “todavía peregrina en la tierra celebra la memoria de aquellos cuya compañía alegra los cielos”, a su vez, nos dice el mismo Martirologio que en esta solemnidad recibimos: “El estímulo de su ejemplo”.
Estas dos celebraciones con las que hemos iniciado el mes de noviembre que es, como dice una frase española, “dichoso mes, que empieza con los Santos y acaba con San Andrés”, me dan pie a plantearos lo que ya os escribí el pasado día 14 de octubre, cuando os proponía volver a lo esencial de la vida cristiana que es la santidad.
A la santidad nos invita el papa Francisco en su última exhortación “Gaudete et Exultate” como ya os señalaba en la carta a la que antes he hecho referencia. La llamada a la santidad, podemos decir que es una constante en las palabras del Papa, para él: “La santidad es una ruptura de los esquemas mundanos que nos tienen prisioneros en un aparente bienestar” (meditación 29 de mayo de 2018, en Santa Marta).
Siguiendo esa misma meditación del Santo Padre, podemos decir que la vida cristiana no es otra cosa que un camino hacia la santidad, y esa santidad es la luz que es Cristo: “Caminar hacia la santidad es caminar hacia esa luz, esa gracia que viene a nuestro encuentro”. Y “es curioso”, hizo notar, que “cuando nosotros caminamos hacia la luz muchas veces no vemos bien el camino, porque la luz nos deslumbra”. Pero después “no nos equivocamos porque vemos la luz y sabemos el camino”.
Ciertamente que ese camino de la santidad tiene sus dificultades y problemas y, por ello, está lleno de tentaciones que nos intentan desviar del camino e, incluso, nos hacen mirar hacia atrás, es lo que el Papa llama “el momento de la prueba”; “prueba que nos acompaña todos los días —prosiguió Francisco— nosotros tenemos siempre la tentación de mirar atrás, de mirar a los esquemas del mundo, a los esquemas que teníamos nosotros antes de empezar el camino de la salvación”.
Para superar estas pruebas los cristianos contamos con unas armas que nos ayudan en la lucha, una de ellas, y de gran importancia es la oración y de ella nos hablaba el Papa en una meditación más reciente de la misa matutina en Santa Marta (11 de octubre de 2018).
En su meditación subrayaba la importancia de la oración cristiana que debe ser una constante en nuestra vida: “Orar con coraje, con constancia, incluso con intrusión, sin cansarse nunca; porque la oración no es una varita mágica, sino una búsqueda, un trabajo, una lucha que requiere voluntad, constancia y determinación”. Para ello nos proponía dos modelos de orantes, indicándonos dos formas concretas de oración, la de Santa Mónica para implorar la conversión de Agustín: “Cuántos años ha orado así, incluso con lágrimas, por la conversión de su hijo». Y la de un padre de Buenos Aires, que él conoce, y que “se aferró a la puerta del santuario de Luján durante toda una noche para invocar la curación de su hijo moribundo”.
Como nos indica el papa Francisco: «La oración es un trabajo, un trabajo que nos pide voluntad, nos pide constancia, nos pide que nos determinemos, sin vergüenza”; y, ¿por qué es algo que pedimos insistentemente a Dios y sin vergüenza?, y nos responde el Papa: “Porque estoy llamando a la puerta de mi amigo. Dios es un amigo, y con un amigo puedo hacer esto. Una oración constante”. Y, por la confianza, incluso, como dice Francisco “invasiva”.
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona