In Cartas Obispo Emérito

Queridos hermanos y amigos:

En este primer domingo de diciembre comenzamos un nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento. Iniciamos un camino que tiene una primera etapa en la Navidad y para la que nos preparamos en este tiempo y, a la vez, un camino más largo que es el que recorreremos en este año litúrgico.

Comenzamos este camino con el anuncio del profeta Jeremías que escuchábamos en la primera lectura de hoy (Jer 33,14-16). El profeta se dirige a un pueblo que está completamente desanimado por las enormes dificultades por las que pasa y su voz es una llamada a recuperar el ánimo y no desfallecer. El pueblo que merece el castigo por su infidelidad, recibe el anuncio de que, aunque ellos seas infieles, el Señor, sin embargo, es fiel y cumple sus promesas.

El Señor ha decidido “hacer justicia” con ese pueblo, pero la justicia que emplee va a ser reedificar a ese pueblo, hacerlo nuevo; incluso les promete un rey que gobernara con “justicia y derecho”.

Nosotros, al escuchar estas palabras de un profeta del Antiguo Testamento las aplicamos a nuestra vida. Nosotros, como aquel pueblo, vivimos nuestra fe con incertidumbres y dificultades, muchas veces incluso con tibieza, pero este tiempo de Adviento quiere ser una llamada a despertarnos del sueño para emprender nuevamente el camino que nos conduce hacia Cristo.

Es la misma llamada que san Pablo hace a los Tesalonicenses en la segunda lectura (3,12–4,2): “Que el Señor afiance vuestros corazones”. Afianzar significa: “Adquirir mayor seguridad sobre una cosa”, en este caso, nosotros, sobre una persona, Cristo, y la palabra que Él nos ha dado. En este tiempo de Adviento y durante todo el año litúrgico, nuestro mayor objetivo debe ser el que sepamos afianzar nuestros corazones en la vida que Cristo continuamente nos da.

En Adviento un modelo para nosotros es la Virgen María que nos acompaña en este camino de esperanza. En esta próxima semana celebraremos la solemnidad de la Inmaculada Concepción, fiesta que nos señala el inicio de una nueva creación y que abre un horizonte nuevo para toda la humanidad.

Ella, María, es para nosotros:

La llena de gracia, la bendita entre las mujeres, la virgen, la sierva del Señor.

La mujer nueva, la nueva Eva que restablece y recapitula los planes de Dios por su obediencia desde la fe al misterio de la salvación.

La Hija de Sion que sintetiza en sí todo lo que el Antiguo Testamento ha anunciado.

La Virgen que ha dicho sí -fiat- a los planes de Dios y por ello es fecunda.

La Virgen que escucha y acoge lo que Dios promete.

Por todo ello, nosotros nos unimos a Ella en este tiempo de Adviento para que se convierta, para cada cristiano y para toda la Iglesia, en un modelo. La Iglesia mira a María para contemplar en Ella lo que la Iglesia desea ser en su peregrinación de la fe, y adivina ya, lo que será en la patria definitiva al término de su camino.

La Iglesia la venera como Madre de su Señor y como su propia Madre, por eso a ella confiamos nuestra peregrinación en este Adviento y en este nuevo año litúrgico que hoy comenzamos.

Con todo afecto os saludo y bendigo.

+ Eusebio Hernández Sola, OAR

Obispo de Tarazona

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