Queridos hermanos y amigos:
En este domingo VI del tiempo ordinario, leemos en el Evangelio las bienaventuranzas que nos presenta el evangelista san Lucas ya que, es su Evangelio, el que estamos leyendo este año en las Misas del domingo. Quizás estamos más acostumbrados a escuchar las bienaventuranzas del evangelista san Mateo, también son más conocidas ya que en los catecismos en los que hemos aprendido las bienaventuranzas, casi siempre nos presentan las ocho de Mateo.
San Mateo, nos presenta, como os decía ocho bienaventuranzas, y san Lucas cuatro, pero añade otros cuatro “ayes”, es decir a las cuatro bienaventuranzas, contrapone cuatro lamentos; de esta forma escuchamos en la primera: “Bienaventurados los pobres”, y después, nos dice en los “ayes”: “Ay de los ricos”. Pero dicho esto, lo importante es reconocer que los dos textos tienen el mismo espíritu y, por lo tanto, el mismo sentido para nosotros.
Las bienaventuranzas en un texto u otro recogen la enseñanza más genuina de Jesús a sus discípulos. Las bienaventuranzas no son sólo un programa moral, es decir, algo que hay que hacer, sino, que, sobre todo, son algo que se recibe, un don, y, por lo tanto, pura gracia que nosotros debemos acoger y que marquen, de esta manera, nuestro vivir como cristianos e hijos de Dios.
Fundamentalmente, las bienaventuranzas proclaman la bondad del Padre, que ama a todos los hombres, pero que tiene preferencia por los que más lo necesitan. Un proverbio antiguo nos puede ayudar a comprender este amor de Dios por los que más lo necesitan: “¿Cuál es el hijo preferido de una madre? El pequeño, hasta que se hace mayor; el enfermo, hasta que se cura; el ausente, hasta que regresa”. Y, también podríamos decir, que el pecador y sinvergüenza hasta que sienta cabeza o se convierte. Es decir, es un amor gratuito, como el de una madre, sin haber hecho méritos.
Como ha dicho el papa Francisco en alguna ocasión, meditando estas palabras de las bienaventuranzas: “Las bienaventuranzas son el programa de vida del cristiano”. Comentando el día de Todos los Santos, las bienaventuranzas de san Mateo que se proclaman en la misa de ese día, decía que vivir las bienaventuranzas: “No requieren gestos asombrosos, puesto que no son para superhombres, sino para quien vive las pruebas y las fatigas de cada día”. Y, nos proponía el ejemplo de los santos para vivirlas: “Respiran, como todos, el aire contaminado por el mal que hay en el mundo, pero en el camino, jamás pierden de vista el trazado por Jesús, indicado en las bienaventuranzas, que son como el mapa de la vida cristiana”.
El evangelista san Lucas, como decíamos al principio, contrapone a las bienaventuranzas, los “ayes”, estos están dirigidos a aquellos que cierran su vida a la bondad de Dios y a los hermanos y están seguros y contentos en la pequeñez de su vida y de aquello que es momentáneo e inmediato: A los que se sienten ricos, a los que están saciados, a los que se sienten felices y ríen, a los que sólo buscan destacar y ser considerados. El problema lo tendrán cuando lo inmediato desaparezca, y aquellas ilusiones actuales que les hacen sentirse ricos, afortunados, felices, satisfechos, desaparezcan y no tengan dónde acudir, porque en la vida han prescindido de Dios y sólo han buscado su propio interés.
Hoy, pues, al escuchar este texto del Evangelio, agradezcamos que el Señor nunca se cansa de llamarnos y de mostrarnos el camino que es Él mismo. No nos engañemos pensando que las bienaventuranzas son difíciles de cumplir o vivir; son las huellas luminosas en el camino de la vida cristiana que dan la verdadera felicidad y libertad a nuestras vidas.
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona