Queridos hermanos y amigos:
La escucha y meditación de la palabra de Dios en el tiempo de Cuaresma es uno de los elementos fundamentales de este tiempo. Es algo que podemos experimentar, cuando escuchamos atentamente las lecturas de las Misas de cada día, o bien, las leemos y meditamos en nuestra casa. Una importancia mayor, tienen las lecturas que cada domingo escuchamos en la Misa. En ellas se ha buscado transmitirnos una catequesis que nos ayude a vivir nuestro camino hacia la Pascua.
En los dos primeros domingos de Cuaresma siempre se proclaman, en la celebración de la Misa dominical, los textos evangélicos de las tentaciones de Jesús en el desierto y la Transfiguración del Señor en el monte Tabor, en este año, ciclo “C”, según el evangelista san Lucas (Lucas 4, 1-13 y Lucas 9, 28b-36).
Tras estos dos domingos, cada año se nos propone, en los siguientes tres domingos de Cuaresma, lo que podemos llamar un tríptico de textos evangélicos que subrayan un aspecto de este tiempo. En este año, en estos tres domingos centrales de Cuaresma, se nos presenta la misericordia del Padre y la necesidad de nuestra conversión.
Conversión y paciencia de Dios.
El domingo pasado, escuchamos el texto de san Luca (13, 1-9) que nos presentaba la necesidad de la conversión y, a la vez, con la parábola de la higuera plantada en la viña nos hacía ver la paciencia de Dios frente a aquel que, como aquella higuera, no daba frutos: “Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?”. El viñador, signo de Cristo intercesor ante el Padre, sin embargo, ruega por la higuera y le ofrece sus trabajos para que produzca fruto: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.
En este tiempo cuaresmal, examinando nuestras vidas, nosotros podemos vernos como la higuera infructuosa, pero, a la vez, debemos descubrir la oportunidad que se nos da de “cultivar” nuevamente nuestro espíritu para que dé el fruto que de él se espera. Aprovechemos las oportunidades que este tiempo nos da, para con el “buen viñador” que es Cristo, ser cultivados en nuestro interior y dejarnos tocar por la mano amorosa de Dios.
El Padre que no se cansa de esperar.
Este domingo, se va completando este tríptico de la misericordia de Dios, con la proclamación del texto de la parábola que llamamos del “hijo pródigo” (Lucas 15, 1-3. 11-32). Es uno de los pasajes más conocidos de los Evangelios. El evangelista san Lucas, nos dice al inicio del texto que Jesús propone esta parábola, como respuesta a aquellos que critican su cercanía a los pecadores: “Solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos”.
De los tres personajes que aparecen en la parábola, los dos hijos y el padre, nosotros nos podemos identificar con uno de los dos hijos, o bien, con una suma de las actitudes de los dos, el pródigo que se ha ido de la casa del padre, el que se queda en casa, pero lleno de envidia y no comprendiendo al padre. Frente a estos dos hijos, frente a las actitudes de los dos, el gran protagonista es el padre, y que no se cansa de esperar. Es la imagen de Dios Padre, que espera la vuelta del díscolo y la conversión del que se cree cumplidor y, por ello, merecedor de todo.
El Dios que no condena y perdona.
Cerraremos este tríptico con el Evangelio del próximo domingo, el de la mujer adultera que es juzgada duramente por los escribas y fariseos (Juan 8, 1-11). En este texto hay dos frases importantes: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra” y “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
Por una parte, se nos invita a reconocer que somos pecadores, que nosotros también merecemos un juicio severo por nuestras faltas e infidelidades. Y, a la vez, a descubrir la misericordia que no condena y que cambia el corazón, que lo sana. Por eso la mujer se sintió perdonada y curada y, sin duda, comprendió bien las palabras de Jesús: “En adelante no peques más”. Es decir, ahora que has conocido el perdón vive una vida nueva.
Pues bien, hermanos, en este camino hacia la Pascua que es la Cuaresma, nosotros iluminados por las palabras de Jesús, somo invitados a esta conversión a dejarnos “asombrar” por el amor de Dios y a comenzar la vida nueva que nos ofrece el resucitado.
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona