In Cartas Obispo Emérito

Queridos hermanos y amigos:

En el Evangelio de este domingo escuchamos una parábola de Jesús que recoge el evangelista san Lucas (10,25-37), es la parábola que conocemos con el nombre del Buen Samaritano. Es un texto que a todos nos resulta familiar porque lo hemos escuchado muchas veces, se ha utilizado en la catequesis e incluso ha pasado a formar parte del lenguaje popular, cuando decimos que alguien es un “buen samaritano”, nos estamos refiriendo a alguien que hace el bien a los demás que generosamente ayuda al que lo necesita y, además, lo hace desinteresadamente.

Esta parábola tiene dos vertientes que están íntimamente unidas, la figura de Cristo que es el verdadero buen samaritano que salva a la humanidad caída y el cristiano que también debe ser el buen samaritano que se acerca a todos aquellos que en su camino encuentra, hundidos y heridos por la vida.

Dos grandes santos padres de la Iglesia, san Ireneo y san Clemente, en el siglo II interpretan este texto evangélico, explicando quiénes son cada uno de los personajes que en ella aparecen. El buen samaritano es un símbolo de Cristo que salva y cura a la humanidad y que es representada por el hombre herido y caído en el camino.

Más tarde otro autor cristiano, Orígenes, que había sido discípulo de san Clemente, da una explicación de esta parábola en el mismo sentido que su maestro: “El hombre que cae es Adán. Jerusalén representa el paraíso y Jericó el mundo. Los ladrones son los poderes hostiles. El sacerdote es la ley, el levita simboliza a los profetas y el samaritano es Cristo. Las heridas son la desobediencia; la cabalgadura es el cuerpo del Señor; el posadero, que acepta a todo el que desee entrar, es la Iglesia… El posadero es la cabeza de la Iglesia, a cuyo cuidado se ha confiado. Y el hecho de que el samaritano promete volver representa la segunda venida del Salvador”.

En definitiva, con esta interpretación de la parábola, se nos dice que el único que puede salvar y dar un nuevo sentido a la humanidad es Cristo y que Él, a su vez, ha confiado este cuidado a su Iglesia. Todos los padres de la Iglesia, especialmente los de los siglos IV y V, han explicado en esta misma línea este texto evangélico: San Juan Crisóstomo, san Ambrosio, san Agustín.

El hombre sin Dios se presenta en la parábola: despojado, herido, medio muerto. El sacerdote y el levita, no pueden hacer nada por él, porque la ley los profetas, sólo llegan a su plenitud por Cristo.

Cristo aparece como el samaritano, curiosamente un ser despreciado por los judíos, los samaritanos eran considerados como los más ínfimos de los seres humanos y esto nos recuerda que Cristo ha querido asumir lo anunciado por el profeta Isaías: “Despreciado y desechado entre los hombres” y “menospreciado” (Isaías 53:3). Pero esta humildad es eficaz: “Va de camino”, o sea acompaña a la humanidad, la cuida, la carga sobre sí, la cura, la confía al cuidado del mesonero. Cada uno de nosotros debemos sentirnos acompañados también por Cristo, poder ver su cercanía en nuestros problemas, dificultades y sufrimientos.

La parábola termina con una solemne frase de Jesús: “Anda y haz tú lo mismo”. Decía al principio que este texto tenía dos vertientes. Pues, bien, si nosotros hemos sido curados por Cristo, nosotros nos podemos convertir en un nuevo “buen samaritano”.

El papa Francisco comentando este texto en una Misa de la mañana en Santa Marta (8, octubre, 2018), insistía en el mismo aspecto que aquí os he comentado: “Cada uno de nosotros es el hombre herido y abandonado, y el Samaritano es Jesús, que nos ha curado las heridas, que se ha acercado a nosotros y nos ha curado. Él ha pagado por nosotros”. Pero, si somos curados, nuestro corazón y nuestra vida se abre a los demás como nuevos samaritanos.

Todos estamos llamados a recorrer el camino del buen samaritano, que es la figura de Cristo: Jesús se inclinó sobre nosotros, se ha hecho nuestro siervo, y así nos ha salvado, para que también nosotros podamos amarnos como Él nos ha amado.

Con todo afecto os saludo y bendigo.

 

+ Eusebio Hernández Sola, OAR

Obispo de Tarazona

 

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