Queridos hermanos y amigos:
Ponemos hoy fin a nuestros encuentros semanales que, desde el mes de septiembre del año pasado, hemos tenido en la publicación semanal “Iglesia en Aragón” durante este curso.
Quiero agradecer a todos vuestro seguimiento de estas cartas a lo largo del curso pastoral y, muy especialmente, a los que trabajan en esta publicación semanal y hacen posible que la voz del obispo llegue a cada rincón de la diócesis. Este sencillo medio de comunicación es un vehículo de comunión, nos informamos de aquello que sucede en nuestra diócesis y, a la vez, de lo que las diócesis hermanas de Aragón están viviendo. Además, cada día podemos encontrar informaciones más actualizadas a través de los medios que hoy en día nos facilita el acceso a internet. Gracias a los que hacéis posible este encuentro de información y comunión y también a aquellos que lo sostienen.
El mes de agosto es el mes que históricamente se ha tenido como el mes de las vacaciones de verano, aunque hoy en día el concepto de las vacaciones ha cambiado tanto y aquellos que se lo pueden permitir las fraccionan a lo largo del año. Pero, sí que sigue conservando, sobre todo en los pueblos, el sentido de la fiesta y del encuentro. Muchas de las fiestas principales se celebran durante este mes de agosto, en torno a la Virgen María o de algún santo, incluso algunos pueblos trasladaron hace ya muchos años las fiestas patronales que se celebraban en otras fechas del año a este mes, para dar la oportunidad de que aquellos que habían dejado el pueblo en busca de trabajo pudieran celebrarlas en el periodo vacacional.
En todo caso, el mes de agosto es un mes en el que Dios no está de vacaciones, ni tampoco quiere que nosotros las tengamos con respecto a Él, ni con respecto al servicio a los demás. Más aún, al ser un mes en el que posiblemente tenemos más tiempo libre podemos y debemos tenerlo a Él más presente.
Para ello, junto a nuestro descanso, no debemos olvidar la oración, celebrar la Eucaristía todos los domingos, dedicarnos a alguna lectura que nos enriquezca espiritualmente, a pensar delante de Dios sobre nuestra vida, agradecerle a Él todos los dones con que nos favorece y sostiene y a pedirle que nos ayude a cambiar aquello que hay de negativo en nosotros.
A la vez, como os decía más arriba, es un tiempo que favorece el encuentro con los demás; en primer lugar, debemos procurar que sea un tiempo fecundo para la vida de familia, para el encuentro con nosotros mismos y con los demás, para fomentar la amistad y el diálogo. Con cuántas personas que hace mucho tiempo que no vemos nos volveremos a encontrar. Qué bonito es descubrir nuevamente la amistad y recordar de dónde venimos y quiénes somos.
Las fiestas que en tantos lugares celebraremos en este mes deberán ser para nosotros la fiesta auténtica que llena el corazón del hombre. Para el cristianismo deben ser siempre una experiencia que nos abre al gozo de existir y caminar con otros muchos hermanos. No estamos solos. Aún con ideologías diferentes y maneras diversas de ver la vida, incluso de ser y actuar, nosotros debemos buscar lo que nos une por encima de las diferencias.
A todos os deseo un feliz mes de agosto, un mes que tiene a María, Asunta a los cielos, como su centro y eje, que Ella nos ayude y acompañe.
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona