En Cartas Obispo Emérito

Queridos hermanos y amigos:

En la carta de esta semana quiero meditar con vosotros sobre la segunda lectura que hoy hemos escuchado en la Misa (1 Timoteo 2,1-8). En esta lectura san Pablo instruye a sus discípulos sobre la importancia que tiene la oración. En sus primera palabras los exhorta a que esta oración sea hecha en favor de toda la humanidad: “Ruego, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto”.

Al comenzar en estos días las actividades de nuestras parroquias y comunidades, no podemos olvidar que una de las misiones que debemos cumplir es mantener en todos nosotros el espíritu de oración.

No podemos olvidar que la oración es, como todo en la vida cristiana, un don de Dios y, por lo tanto, algo que le debemos pedir a Él, como los discípulos pidieron un día a Jesus: “Señor enséñanos a orar” . A la vez, aprendemos a orar orando, es decir, poco a poco, abriendo nuestra vida a Dios, creando lo que podemos llamar un hábito de cada día, aunque sea un pequeño momento que cada jornada dedicamos al Señor, en el que le presentamos nuestras necesidades y le pedimos su ayuda para superar todas las dificultades.

En el Antiguo Testamento encontramos muchos textos en los que vemos que Dios mismo anima a su pueblo a suplicarle. Así, Dios invita a su pueblo a le invoque con la seguridad de que Él lo escuchara: “Me invocará y lo escucharé” (Sal 90, 15); “Llámame y te responderé” (Jr 33, 3). Cuando atraviesan por dificultades o desgracias, es Dios mismo el que ofrece su aliento y su esperanza y les invita a tener confianza: “Me invocaréis y vendréis a rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, cuando me solicitéis de todo corazón; me dejaré encontrar de vosotros” (Jr 29, 1214).

Jesús también nos invita en el Evangelio a una oración de petición e intercesión que debe ser siempre confiada: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca halla; y al que llama, se le abrirá” (Lc 11, 913). “Todo cuanto en la oración pidáis con fe, lo conseguiréis” (Mt 21,22). “Si permanecéis en mí y si mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis; que se os dará” (Jn 15,7). Jesús lo puede prometer, porque para Dios Padre fuente de todos los dones, nada hay imposible para Él (Lc 1,37).

A su vez, nuestra oración de intercesión, como nos dice san Pablo, tiene como objeto la intercesión en favor de la salvación de toda la humanidad: “Esto es bueno y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.

Ante un mundo incrédulo y tantas veces alejado de Dios, no sólo sirve nuestro lamento, o encerrarnos en nosotros mismos, la oración confiada en favor de aquellos que no creen o vacilan en su fe, puede lograr, su conversión y su vuelta a Dios. Y, por ello, no podemos desfallecer en la oración, sabemos que Dios, aunque, tal vez, nosotros no lo veamos actuará.

Como san Pablo os quiero invitar a que retomemos en nuestra vida personal y en nuestra vida comunitaria, aquello que hemos oído en la carta Timoteo: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando unas manos limpias, sin ira ni divisiones”.

Tomemos pues en serio lo que tan importante es para la vida de cada cristiano y que tanto bien puede hacer a toda la humanidad.

Con todo afecto os saludo y bendigo.

 

         + Eusebio Hernández Sola, OAR

                                                                  Obispo de Tarazona

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