En Cartas Obispo Emérito

Queridos hermanos y amigos:

Con la celebración de este primer domingo de Adviento comenzamos un nuevo año litúrgico. “Estad también vosotros preparados”, estas palabras que escuchamos hoy en el Evangelio de la Misa (Mateo 24, 37-44) son importantes para comprender este tiempo.

Estas palabras nos invitan a cultivar una actitud cristiana ante la vida y la historia, es la “vigilancia”. Vigilar equivale a velar sobre algo o sobre alguien con atención y cuidado durante un tiempo, hasta alcanzar el fin deseado. Exige tener los ojos abiertos y cuidar con responsabilidad lo que se nos ha confiado.

En el lenguaje cristiano llamamos al tiempo que precede a una fiesta, “vigilia”, es decir, un tiempo de preparación, un tiempo para estar despiertos, para estar en vela y que, a su vez, tiene siempre un sentido escatológico de esperanza.

Vigilancia y esperanza van íntimamente ligadas. Vigilamos, porque tenemos esperanza en un mañana mejor y en una salvación eterna. La esperanza, junto a la fe y la caridad, son las tres virtudes teologales, el Catecismo nos dice que: “Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino” (Catecismo 1812).

Más adelante, el mismo Catecismo nos explica la virtud de la esperanza (1817): “La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. ‘Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa’ (Hb 10,23).  ‘El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna’ (Tt 3, 6-7)”.

Debemos, pues, cultivar estas tres virtudes en nuestra vida para poder ser más plenamente hijos de Dios y vivir la vida propia de un cristiano. Dios mismo ha puesto en nuestros corazones este deseo íntimo de vivirlas y cultivarlas. Especialmente, cuando nos habla de la esperanza, nos dice: “La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad” (Catecismo 1818).

Más que nunca hoy necesitamos vivir aquello que nos dice el Catecismo sobre la esperanza que: Purifica, protege, sostiene, dilata, preserva del egoísmo, conduce a la caridad.

A su vez, vigilancia y esperanza están unidas a la oración; por ello nos dice el Catecismo (2849): “Pues bien, este combate [contra la tentación] y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía. En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya. La vigilancia es ‘guarda del corazón’, y Jesús pide al Padre que ‘nos guarde en su Nombre’ (Juan 17,11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia. Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. ‘Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela’ (Ap 16,15)”.

Que sepamos vivir este Adviento y que, para ello, sepamos vivir en vigilancia, esperanza y oración, así haremos nuestras las palabras de santa Teresa de Jesús:

“Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin” (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3).

Con todo afecto os saludo y bendigo.

 

+ Eusebio Hernández Sola, OAR

Obispo de Tarazona

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