Queridos hermanos y amigos:
Los días 6, 13, 14 y 16 del corriente mes os comunicamos algunas recomendaciones sobre el comportamiento que deberíamos tomar sea a nivel humano como religioso-espiritual durante estos días.
Hoy deseo deciros unas palabras para acercarme con todo mi cariño hasta vuestras casas y familias. Lo necesito. Hoy hace 9 años que recibí la consagración episcopal en el Monasterio de Veruela. ¡Cómo ha pasado el tiempo! Gracias por vuestra generosa acogida, compañía y paciencia que habéis tenido conmigo. Me siento feliz con todos vosotros. Gracias, de verdad. Y seguid rezando por mí. Pero ahora todos estamos preocupados por la situación de desconcierto, miedoy vulnerabilidad que estamos viviendo ante la incidencia del Coronavirusen nuestras vidas.
Desde nuestra diócesis hemos dado unas medidas con las que queremos contribuir a evitar las consecuencias de esta grave dolencia, de esa inesperada y cruel pandemia. Estos días me preguntaba: ¿Cómo es posible que un simple virus pueda afectarnos tanto en nuestro comportamiento personal y globalmente? Un simple microbio nos desarma, nos hace descubrir las limitaciones de las personas.
Ahora, con estas palabras, quisiera ofreceros una brevísima consideraciónde lo que nos está ocurriendo con los ojos de la fe. Los cristianos tenemos una manera de mirar la vida y la historia distinta del mundo, tratamos de ver nuestra realidad y la de nuestra sociedad leyendo los signos de los tiempos y la presencia de Dios en ellos (Mt 16,23). ¿Qué quiere decirnos Dios con todo esto? Vivimos un tiempo de Cuaresma, tiempo de oración y de penitencia, tiempo de recordar que “somos polvo y en polvo nos convertiremos”. Este momento puede ayudarnos a redescubrir nuestra propia fragilidad y a recordar que somos vulnerables, mucho más de lo que creemos. Así, no podemos olvidar que nuestra fortaleza es sabernos hijos de Dios y “que en la vida y en la muerte somos del Señor” (Rm 14,8). Esta es la verdadera realidad, lo único cierto. La realidad que nos golpea con la fuerza de la enfermedad y la muerte nos recuerda que no tenemos todas las respuestas ni la fuerza para vencer al mal por nosotros mismos.
“¿Quién de vosotros, por más que se empeñe, puede añadir una hora al tiempo de su vida?” (Mt 6,27); nos dice Jesús, no para asustarnos, sino para llamarnos a la confianza total en Dios, el Padre bueno que nos ama y nos cuida, y para concluir con su llamada: “vosotros buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas las cosas se os darán por añadidura” (Mt 6,33). Pongamos en manos de Dios nuestras impotencias y necesidades. Él es nuestro Padre, siempre dispuesto a ayudarnos. Ciertamente, esta crisis nos debe animar a mirar nuestra vida y redescubrir dónde está lo verdaderamente valioso. Con frecuencia nos preocupamos de muchas cosas, demasiadas, y dedicamos nuestros esfuerzos a lo que sólo es pasajero y no permanente. Corremos el riesgo de hacer de lo relativo algo que nos parece esencial, y sin embargo lo esencial lo relativizamos.
Es tiempo de volvernos a Dios y de recordar que más allá de la salud de nuestro cuerpo, también la salud de nuestra alma necesita ser cuidada. Ahora, más que nunca, necesitamos renovar nuestra confianza en Dios, recordar una y otra vez que el sentido de nuestra vida es la esperanza en su salvación. Sin dejar de cumplir con todos los deberes y cuidados que nos exige la situación, no debemos olvidar que existe un Dios que cuida de nosotros. Como creyentes volvamos ahora nuestra mirada a nuestro Padre bueno para pedirle por los enfermos, por los que los cuidan, por todo el cuerpo sanitario y servicios públicos, por los que han muerto a causa de este virus, por las personas en riesgo y quienes más van a sufrir las consecuencias económicas de esta crisis que nos amenaza. Recemos, como cristianos, para implorar a Dios que nos libre de este mal y nos conceda la salud para que podamos vivir según su voluntad. No podemos, en este tiempo vivir distraídos y dispersos, aumentemos nuestra oración. Y quedémonos en casa. Aprovechemos para vivir con mayor intensidad nuestras relaciones familiares. La fraternidad y solidaridad. Gocemos con la lectura de un buen libro, de la Palabra de Dios que siempre nos ilumina. Puede ser un buen tiempo para el rezo del rosario en familia, con la confianza de que la intercesión de la Virgen es siempre poderosa. Hagamos la novena a Nuestra Madre la Virgen de nuestro pueblo o ciudad. Participemos en las eucaristías que la televisión y las redes sociales nos están ofreciendo. No desaprovechemos tantas horas de posible descanso y enriquecedora soledad. No olvidemos que estos días pueden convertirse en tiempo de gracia, de conversión, de volver con mayor atención y cariño a Dios.
Este tiempo y el recogimiento que se nos pide, nos ofrece la oportunidad de vivir una cuaresma de mayor intimidad con Dios. Aprovechemos el momento para crecer en la oración y en la confianza con el Señor. ¡Ánimo! ¡Adelante!¡No tengamos miedo! Que San José, cuya fiesta celebramos hoy, fiel custodio de María y Jesús nos conserve la vida. ¡María Madre de la esperanza ruega por nosotros! Y concluyo con la oración que nos ofrece al Papa Francisco para evitar la pandemia:
“Oh María, Tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y esperanza. Nosotros nos encomendamos a Ti, salud de los enfermos, que ante la Cruz fuiste asociada al dolor de Jesús manteniendo firme tu fe. Tú, Salvación de todos los pueblos, sabes lo quenecesitamos y estamos seguros de que proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda regresar la alegría y la fiesta después de este momento de prueba. Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y a hacer lo que nos dirá Jesús, que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos. Y ha tomado sobre sí nuestros dolores para llevarnos, a través de la Cruz, al gozo de la Resurrección. Amén. Bajo tu protección, buscamos refugio, Santa Madre de Dios. No desprecies las súplicas de los que estamos en la prueba y líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!¡Qué el Señor os bendiga, os guarde y os conceda la paz!
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona