En Cartas Obispo Emérito

Inmersos en esta situación difícil que nos está tocando vivir comenzamos la semana Santa con la celebración del Domingo de Ramos: Día de cruz y de palmas. Día de sufrimiento y de victoria. Día de Ramos en la Pasión del Señor.

¿Cómo acompañar en este día al Señor, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se entrega libremente a la muerte y una muerte de cruz?

Tomando nuestra cruz de cada día, que hoy es “nuestro estar en casa”, asumir nuestra situación y la de tantos enfermos luchando por sobrevivir, la de tantas familias que viven angustiadas, de familiares de no pueden ni acompañar a sus difuntos, la distancia de sus seres queridos enfermos y el sacrificio de tantos hombres y mujeres que están arriesgando sus propias vidas por ayudarnos. Sí, tanto sufrimiento.

La lectura de Isaías nos invita a vivirlo con confianza en Dios.

Confiar en Dios conduce a abandonarse serenamente a su voluntad, porque se sabe por experiencia que esa voluntad solo puede ser buena. Dios no puede querer nada malo para sus hijos. Son pruebas que nos acercan más a Dios. Sí, nos creíamos dioses y descubrimos que somos pobres y limitados.

De esta confianza nace la audacia para entregarse al servicio de los demás y la resistencia en las pruebas. Y este es el gran reto que nos ofrece lo que hoy estamos viviendo: entrega (pensar más en los demás que en nosotros mismos) y acoger lo que nos toca vivir con plena confianza en Dios. Yo me emociono cuando compruebo que hay tantas personas que han dejado la comodidad de sus hogares para darse a los demás, médicos, personal sanitario, voluntarios. Tantas personas sin horarios para más darse a favor de los demás.

El Salmo 22 comienza por este grito desgarrador ante el silencio de Dios en el momento de la angustia, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Este Salmo es la oración de alguien que sufre y que no duda en gritar a Dios su sufrimiento. En este momento también nosotros podemos hacer lo mismo que el salmista: podemos gritar a Dios nuestro sufrimiento, nuestro dolor, pero sin dudar un instante de su amor, aunque las apariencias nos sugieran lo contrario.

Hemos escuchado en el evangelio cómo Jesús fue traicionado por Judas, negado por Pedro y abandonado por todos. Pero vivió esta experiencia totalmente unido a su Padre, a quien llamó Padre mío en el Huerto de los Olivos y Dios mío en la cruz. A esto se sumaron su captura, la aprehensión como si fuera un ladrón, el juicio amañado, las burlas, los golpes, la corona de espinas, los escupitajos, la cargada de la cruz, la crucifixión; en una palabra, la tortura que acabó con su vida.

Si analizamos nuestra vida, nuestro entorno descubrimos que en muchas situaciones se sigue negando, traicionando y abandonando a Jesús. Incluso nosotros mismos.

Sin embargo, Él no nos traiciona ni nos niega ni nos abandona, como no lo abandonó su Padre, a pesar de que se sintió abandonado por Él. Incluso, cuando Judas lo entregó, lo llamó amigo; cuando Pedro lo negó, lo miró con cariño; cuando todos lo abandonaron, con la confianza puesta en Dios dio su vida por toda la humanidad.

Esto es lo que tendríamos que hacer con los demás, a pesar de y por encima de las desavenencias, agresiones, negaciones, traiciones. Este es un desafío para nosotros, que nos consideramos discípulos suyos. Comprometámonos  a vivir el encuentro, el diálogo, la preocupación por nuestra familia, el servicio y la ayuda a los demás.

Hoy no hay procesión, pero juntos, unidos en la comunión espiritual,  gritemos: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”

Junto con Jesús, comenzamos la peregrinación por el camino elevado hacia el Dios vivo.

Nosotros solos somos demasiado débiles para elevar nuestro corazón hasta la altura de Dios. No somos capaces. Pero Cristo ha descendido hasta la extrema bajeza de la existencia humana, para elevarnos hacia Él, hacia el Dios vivo. Se ha hecho humilde, dice hoy la segunda lectura.

Que la Virgen María, que acompañó a Jesús hasta la cruz, nos guíe a lo largo de estos días santos para que vivamos más plenamente la Pascua de su Hijo.

Con todo mi afecto os saludo y bendigo.

 

+Eusebio Hernández Sola, O.A.R.
Obispo de Tarazona

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