En Cartas Obispo Emérito

Queridos hermanos sacerdotes:

“Sabed que yo estoy con vosotros todos los días,

hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20)

Esta seguridad que nos deja Jesús el día de su Ascensión a los cielos me da la oportunidad de escribiros esta carta, en medio de esta nube tóxica en la que vivimos inmersos por la COVID-19. Sí, se comienza a hablar de desescaladas, pero todavía existen mil temores, dudas, inquietudes, enfermos contagiados, fallecimientos, etc. No sabemos ni cuándo ni cómo volveremos a la vida normal anterior, si es que volvemos. No hay duda de que nada volverá a ser como antes. Nuestro ciclo de vida ha cambiado.

Dentro de este inquietante mundo de dudas, quiero dirigirme a todos vosotros con el afecto de un padre y un amigo, para deciros dos cosas:

1.- Que me siento orgulloso de la respuesta que, con gran entereza y coraje, habéis dado en medio de este cúmulo de problemas. Gracias, hermanos, por vuestra valentía y al mismo tiempo por vuestra sabia prudencia para no enfermaros ni contagiar a vuestros vecinos. Habéis sabido armonizar la cercanía y preocupación con la sensatez y cordura con vuestros fieles evitando contagios.

Sí, sé que habéis sufrido gran dolor con la muerte de muchos de vuestros feligreses mayores o menos mayores; especialmente habéis asistido al fallecimiento de muchos ancianos de las residencias a las que atendéis. No es fácil contemplar tanto dolor y sufrimiento en rostros demacrados por la angustia y zozobra de nuestros conocidos y amigos.

Sé que habéis acompañado a las familias en medio de ese inmenso dolor que produce la separación de sus seres queridos, con muchos sin poder celebrar ni la eucaristía y los habéis despedido con un simple responso en el cementerio.

Comparto vuestro dolor y tristeza, pero al mismo tiempo os felicito por vuestro saber hacer, entereza y prudencia, en el caos de tantas vicisitudes y desconciertos.

2.- En medio de este inmenso mar de sufrimientos quisiera fijarme hoy en uno que sacude y seguirá afectando a nuestros vecinos durante mucho tiempo, me refiero a la pobreza que va a sacudir los cimientos de muchas familias.

“Tuve hambre, y me disteis de comer” (Mt 25,35) y “Yo no olvido a los hombres” (Himno de las I Vísperas de la Ascensión). Estas afirmaciones carcomen e interrogan nuestra conciencia de seguidores de Jesús y de sacerdotes.

¿Qué hacer? ¿Cómo comportarnos ante esta pandemia de hambre que afectará a tanta gente?

Todos vosotros, queridos sacerdotes, sabéis, como yo, que nuestra diócesis es pobre, no tenemos patrimonio que nos asegure unos ingresos económicos, dependemos de los subsidios que nos llegan de Madrid por la campaña de la “X”. Pero es una diócesis que siempre se ha defendido bien gracias a una gestión económica prudente y acertada de los administradores.

Hace unos días llamaba a la puerta de vuestra generosidad pidiendo una limosna, una atención para ayudar a Cáritas en su misión de servicio a los pobres. La respuesta ha sido generosa y sé que algunos continuaréis privándoos de algo por ayudar a otros más necesitados que nosotros. Gracias de verdad en nombre de los pobres, de la diócesis y en el mío propio.

A nivel organizativo de servicio a los pobres, quisiera pedir a los responsables de Cáritas diocesana y en comunicación con las cáritas parroquiales, que busquéis cómo ayudar a los más necesitados de nuestros pueblos. Si está presente Cáritas en la parroquia, que se ocupe ella de llegar a esas urgencias de pobreza en comunicación con el servicio social de los ayuntamientos. Cuando no haya cáritas parroquial que sea el mismo párroco el que asuma la preocupación de conocer y ver cómo atender a esas familias necesitadas, y posteriormente pidiendo a Cáritas diocesana los recursos y medios económicos para atenderlas. Considero que debe ser Cáritas diocesana la encargada de gestionar y administrar los bienes económicos que tenemos o que podamos conseguir. No sé si podremos atender a todos los necesitados, pero hagamos “todos juntos” este esfuerzo solidario y humanitario.

Ya he hablado con Cáritas diocesana para que en comunicación con las cáritas parroquiales y los párrocos atiendan esta emergencia que durará mucho tiempo, por desgracia, y que ha de ser prioritaria.

Que la Ascensión del Señor nos ilumine a mirar al cielo, pero sin olvidar que ese cielo de paz y alegría infinita comienza dando la caricia de la caridad, compasión y cobijo a los pobres en esta tierra.

Un abrazo de hermano y amigo, con mi bendición.

+ Eusebio Hernández Sola, OAR

Obispo de Tarazona

Tarazona, 24 de mayo de 2020, fiesta de la Ascensión del Señor.

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