Queridos hermanos y amigos:
En la solemnidad de la Santísima Trinidad que hoy celebramos, tenemos presente, de un modo especial, a las personas consagradas contemplativas que continuamente oran por la Iglesia y por toda la humanidad. Es la Jornada anual que conocemos con el nombre de “Pro orantibus”.
Hoy miramos con admiración y agradecimiento a todos aquellos que se han consagrado a una vida de oración como monjes o monjas en un monasterio o como ermitaños y ermitañas que en la soledad ofrecen su vida orando continuamente por nosotros.
Es, pues, un día de agradecimiento a Dios por esta forma de consagración que tanto necesita la Iglesia. A todos ellos queremos ofrecerles, también, nuestro cariño; de un modo especial tenemos presentes en este día a los contemplativos de nuestra diócesis.
Oramos hoy por aquellos que oran continuamente por los demás, para que el Señor sostenga con su gracia la vocación que han recibido, que sus vidas sean siempre una feliz y fiel entrega al Señor y a su Iglesia.
El lema de este año: “Con María en el corazón de la Iglesia”; une dos realidades que podemos decir son similares, María y corazón. La Virgen María es la imagen más clara de lo que es el amor y la entrega generosa y total; nosotros siempre identificamos el amor con el corazón, por lo tanto, podemos decir que, en cierta forma, María y corazón, son una misma realidad.
En el mensaje que los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada hemos escrito para este año, hemos querido recordar unas palabras de la que fue una gran contemplativa, santa Teresa del Niño Jesús. En su diario, ella que supo unir el espíritu misionero y contemplativo, describe cómo encontró su propia vocación dentro de los múltiples carismas con que Dios adorna a su pueblo:
“Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos, entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor”. Hoy hacemos nuestras estas palabras de santa Teresa del Niño Jesús, para explicar en qué consiste la vida contemplativa.
Como ella misma sigue diciendo: “Entendí que solo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno”. Así comprendió su vocación de monja carmelita viviendo plenamente lo que es la contemplación y por ello, nos dice: “Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación, mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado”.
Hoy recordamos y agradecemos a todos aquellos que se han consagrado a la contemplación por esta vocación de ser “el corazón” es decir, el motor de amor que mueve a toda la Iglesia. Vida oculta a los ojos de los hombres, pero fecunda para el mundo.
Por eso, queridos consagrados contemplativos, os necesitamos tanto y mucho más ahora, sobre todo cuando la oscuridad se cierne sobre la humanidad. Necesitamos la claridad y la luz de Dios que trae al mundo y a las almas vuestra oración.
Los obispos terminamos el mensaje de esta Jornada subrayando un aspecto de vuestra vida que, como os decía más arriba, tanto necesitamos: “La vida consagrada contemplativa, con María, irradia al mundo la alegría de vivir según el Evangelio, según la gracia del Espíritu. Con María en las bodas de Caná, las personas consagradas contemplativas contagian ese gozo que solo conoce quien ha probado el vino mejor del Espíritu Santo, ese vino que es Buena Noticia para quien lo saborea sin prisa, convirtiendo cada día, por sencillo y cotidiano que parezca, en un anticipo precioso del gran banquete del Reino”.
Queridas hermanas contemplativas que, en los monasterios de Borja, Bisimbre, Calatayud o Maluenda, y querido ermitaño de La Virgen de Constantín en Purujosa, sois el corazón de nuestra diócesis; sentid hoy la cercanía y el agradecimiento del pueblo de Dios, de los sacerdotes y de vuestro obispo. No os canséis nunca de “latir” con vuestra oración y entrega para que la vida de la gracia y del amor de Dios llegue a toda nuestra diócesis. Que el Señor os bendiga con nuevas vocaciones para que nunca falte en nuestra diócesis “el corazón” que late y lleva la vida a todos.
+Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona