En la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, fiesta que hoy celebramos en el último domingo del año litúrgico, escuchamos en el evangelio de S. Mateo (25,31-46), una presentación del Juicio Final.
Juicio que podemos resumir con estas palabras de S. Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida nos examinarán del amor”. En el amor hacia todos y, especialmente, de los más necesitados. El Señor nos propone estos temas del juicio: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
El texto del evangelio nos hace ver que, a lo largo de nuestras vidas encontraremos muchas personas. Todas son importantes. Todas merecen nuestra atención, pero especialmente los pobres.
El domingo pasado celebramos la IV Jornada Mundial de los Pobres en la que el papa Francisco nos dirigía un mensaje titulado: “Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32). Este domingo, el mensaje, nos puede ayudar y animar a vivir lo que hoy nos pide el evangelio.
El Papa nos hacía ver cómo la Palabra de Dios era siempre actual: “Va más allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una condición para una vida plenamente humana. La opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar”.
El papa Francisco también nos decía que esta actitudes de ayuda son especialmente necesarias en este tiempo que nos toca vivir ya que, “ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar”.
Ponemos hoy nuestra mirada en Cristo nuestro Rey y Señor y a Él le suplicamos que nos dé su impulso y su fuerza para vivir como testigos de su amor y misericordia y que, también nosotros, podamos oír un día: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros” porque… “conmigo lo hicisteis”.
+Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona