El Adviento es siempre es una invitación a vivir en la esperanza, este año se debe hacer más fuerte, debido a las dificultades que vivimos. La esperanza es una virtud teologal. Nos dice el Catecismo (1812): “Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino”.
Cuando el Catecismo (1818) nos explica la virtud teologal de la esperanza, nos dice: “La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad”.
Estas palabras nos deben ayudar en este tiempo que nos ha tocado vivir. Dios ha puesto en nuestro corazón el “anhelo de la felicidad”, este anhelo debe ser purificado, para que sea no según nuestros intereses egoístas, si no con el deseo de un bien común.
Subraya también el Catecismo que la esperanza nos “protege del desaliento y nos sostiene en el desfallecimiento”. Qué necesaria es esta actitud, sobre todo cuando tantas noticias negativas nos bombardean cada día. Muchas personas están viviendo este tiempo de pandemia con mucho miedo y también con desasosiego e incertidumbre. Los problemas económicos se acentúan en muchos sectores de nuestra sociedad.
Por es, quiero invitar, al comenzar el Adviento, a cultivar y hacer crecer en todos, el sentido de la esperanza. El papa Francisco, en una catequesis sobre esta virtud de la esperanza (septiembre 2017), nos decía: “No cedas al desánimo. Recuerda que el enemigo que tienes que derrotar está dentro de ti. Cree firmemente que este mundo es un milagro de Dios, que él nos da la gracia de realizar nuevos prodigios, porque la fe y la esperanza caminan juntas. Confía en Dios Creador, que llevará su creación a cumplimiento definitivo, en el Espíritu Santo que guía todo el bien, en Cristo que nos espera al final de nuestra existencia”.
Termino con unas palabras de santa Teresa de Jesús que recoge el Catecismo al hablarnos de la esperanza: “Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin” (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3)
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernandez Sola, OAR
Obispo de Tarazona