En Cartas Obispo Emérito

El próximo miércoles comenzamos nuestro camino de Cuaresma. El año pasado vivimos casi todo este tiempo en el confinamiento, este año, sin embargo, aunque atenazados todavía por la pandemia, podremos participar en las celebraciones y en algunas actividades guardando siempre las medidas higiénicas que se nos indican.

La Cuaresma es un tiempo que nos invita a intensificar nuestra vida cristiana y desde el miércoles de Ceniza se nos propone: La oración, el ayuno y la limosna, como medios para hacer más intensa nuestra preparación para la Pascua (Mateo 6, 1-6. 16-18)

En medio de las dificultades que estamos viviendo a causa de la pandemia, debemos aprovechar esta Cuaresma para poner en el centro de nuestra vida a Dios. Podemos decir que lo necesitamos más que nunca ya que, de una forma clara, estamos comprendiendo y viviendo que somos débiles y vulnerables. Ya no sólo por la enfermedad o por los seres queridos que hemos perdido, también por las graves crisis económica y social que la pandemia ha provocado.

La Iglesia en esta situación se debe sentir enviada por Cristo para anunciar la salvación que trae la esperanza al mundo. En nuestras celebraciones y predicaciones de la Cuaresma nos debemos sentir “embajadores de Cristo”, como escucharemos en la segunda lectura (Corinto 5, 20-6, 2) del próximo miércoles: “Nosotros somos, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por medio nuestro”.

Reconciliación que en la Cuaresma es:

Cuarenta días para dejarme encontrar por Ti,

para darme cuenta de que me esperas a la puerta de casa.

Cuarenta días para pedirte perdón

y ayunar de tantas cosas que me sobran y otros necesitan.

Cuarenta días para escuchar más atento tu Palabra,

y dejar que sea tu Pan quien me sacie

y tu perdón quien me restaure.

Un poco de ceniza en el rostro

me puede poner en camino de verdad:

NO HAY CAMINO FUERA DE DIOS.

Y hoy mismo comienzo el camino de retorno a Tu casa (Sergio García Risco/Enrique Martínez)

Nuestra Cuaresma debe ser, por lo tanto, abrir las puertas del Espíritu para que Dios, a quien tanto necesitamos, entre en nosotros. Es, como nos sigue diciendo el canto de Cuaresma anterior: “Es hora de volver a casa, desde este país donde ya no hay alimento que pueda saciar mi hambre”.

Que la Virgen María, “humilde y elevada más que otra criatura” y san José, en este su año, nos ayuden a reconocernos como somos, es decir, como pequeños; y a alegrarnos al abrir el corazón para encontrarnos con el Señor y con Él, y en Él, vivir como hijos de Dios.

Os deseo a todos una provechosa Cuaresma.

+Eusebio Hernández sola, OAR
Obispo de Tarazona

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