En este domingo tercero de Cuaresma, escuchamos este año, en la primera lectura de la Misa (Éxodo 20,1-17), una de las presentaciones que encontramos en el Antiguo Testamento de los Mandamientos de la Ley de Dios.
Por otra parte, en el evangelio (Juan 2,13-25), vemos como Jesús expulsa del Templo a todos aquellos que lo han convertido en un lugar de negocios y transacciones comerciales, adulterando su sentido más profundo y religioso: “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.
Estas dos lecturas nos evocan la necesidad de confrontarnos con el cumplimiento de los Mandamientos y con la necesidad de retirar de nuestras vidas, templos de Dios, todo aquello que le hace perder su sentido.
El salmo responsorial (18, 9), por otra parte, exalta como: “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos”.
Todo ellos, leído en el contexto de la Cuaresma, puede ser una invitación a recibir el sacramento de la Penitencia en estos días. En muchas ocasiones el papa Francisco nos ha invitado a participar en este sacramento, a hacerlo con toda confianza y a sentir en él la misericordia y el amor de Dios en nuestras vidas.
En unas catequesis que dedicó a este sacramento nos decía: “El ministerio de la Reconciliación es un auténtico tesoro, que en ocasiones corremos el peligro de olvidar, por pereza o por vergüenza, pero sobre todo por haber perdido el sentido del pecado, que en el fondo es la pérdida del sentido de Dios… En cambio, cuando nos dejamos reconciliar por Jesús, encontramos la paz verdadera”.
Os invito a acercarnos a este sacramento en este tiempo de Cuaresma. En muchas parroquias se han dispuesto lugares oportunos para que en medio de la pandemia podamos, con los medios higiénicos de seguridad necesarios, acercarnos a confesar nuestros pecados y celebrar este encuentro con el Dios de la misericordia que nos tiende una mano y nos enriquece con el “perdón y la paz”.
El Papa en su bella homilía de este Miércoles de Ceniza, nos invitaba a ponernos frente a la cruz de Jesús que nos ayuda a reconciliarnos con Dios: “Miremos cada día sus llagas. En esos agujeros reconocemos nuestro vacío, nuestras faltas, las heridas del pecado, los golpes que nos han hecho daño… allí vemos que Dios no nos señala con el dedo, sino que abre los brazos de par en par… en esas heridas hemos sido sanados”.
Os invito a acercarnos este año a este sacramento que nos cura.
+Eusebio Hernández Sola, OAR.
Obispo de Tarazona