En el Evangelio de este domingo de Cuaresma (Juan 12,20-33) escuchamos la petición de unos griegos que habiendo oído hablar de Jesús piden a Felipe: “Quisiéramos ver a Jesús”. Seguramente estos extranjeros habían oído hablar de Jesús, de lo que predicaba y de los signos que hacía y tenían la curiosidad de conocerlo.
Este deseo manifiesta a su vez, el deseo de búsqueda que había en aquellos griegos. La búsqueda de alguien que tenía palabras que daban una esperanza y que realizaba signos que curaban al ser humano.
Este evangelio nos invita a nosotros a dos cosas, por una parte, a buscar también el rostro de Cristo, ver a Jesús y, por otra parte, a que como cristianos e hijos de Dios, nuestra vida sea una trasparencia de ese rostro de Cristo, que nosotros debemos transmitir a los demás, con nuestra vida y con nuestras palabras.
Aunque la Cuaresma ya está avanzada, todavía nos queda tiempo para poder buscar, en estos días, el rostro de Cristo, conocerlo más para amarlo más y para ordenar nuestras vidas según el proyecto que Dios tiene sobre nosotros.
Como nos decía el papa Francisco en su mensaje de Cuaresma: “En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo”.
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para la escucha y meditación de la Palabra de Dios, un tiempo de conversión, de reconciliación con Dios y con los hermanos y un tiempo de ayuno, oración y limosna.
Estas acciones abrirán el horizonte de nuestra vida para poder descubrir el rosto de Cristo, para poderlo ver, vivo, en nuestras propias vidas.
A la vez, nosotros debemos llevar a la humanidad, con nuestras propias vidas el rostro de Cristo. Muchas personas buscan, también ahora, una seguridad en la vida que esté por encima de las limitaciones y de lo material. Podemos decir que, sin saberlo, están buscando el rostro de Cristo, quieren como aquellos griegos “ver a Jesús”.
Debemos ser conscientes de que el hombre y la mujer de hoy también necesitan “ver” el rostro de Cristo. Porque sólo en Cristo el hombre puede realizar su altísima vocación y cumplir así sus aspiraciones más íntimas, encontrando una respuesta adecuada a los numerosos interrogantes que surgen en su corazón.
Intentemos también nosotros descubrir este rostro de Cristo en los rostros demacrados de nuestros hermanos enfermos y sufrientes en este tiempo de la pandemia.
+Eusebio Hernández Sola, OAR.
Obispo de Tarazona