En este domingo, tenemos la gracia de celebrar en la Catedral de Tarazona, la ordenación de un presbítero y de un diácono. Nahúm Inestroza y Alberto Seminario. Lo celebramos en este año de san José que el papa Francisco ha convocado.
Cuando hace unos días, celebrábamos el día del Seminario se nos presentaba la figura de san José como padre y hermano. Dos realidades que el sacerdote y el diácono deben vivir en su servicio sacerdotal y diaconal.
Por otra parte, también se emplea la expresión “custodio” refiriéndose a él. El sacerdotes y el diácono deben ser también custodios del pueblo de Dios. Para que esta custodia sea verdadera, el que se consagra debe unirse confiadamente al Señor. Unión que se realiza a través de la oración y de la celebración de los sacramentos. Sin la oración, no puede haber un verdadero acercamiento al hermano desde Cristo.
San José, como custodio de Jesús, realizó un servicio de amor al Hijo de Dios y también a toda la humanidad que sería redimida con la muerte y resurrección de Cristo. El sacerdote también participa de esta misión: Custodio de Cristo y custodio de aquellos que se le han confiado.
Al sacerdote se le confía esta misión, concretada en una actitud de querer salvar y guardar al otro, de custodiarlo del mal y acompañarlo hacia el bien. Por tanto, esa custodia que el sacerdote hace de los demás pasa por la oración y por la acción.
El sacerdote al ser un hombre de oración, no reza solo por sí mismo, en su oración deben estar presentes muchas necesidades, sufrimientos y alegrías de aquellos que le han sido confiados a su custodia.
El sacerdote es también “padre”, paternidad que ejerce entre otras cosas con su enseñanza del Evangelio. En una homilía de ordenación de presbíteros del papa Francisco, les decía: “Que vuestra enseñanza sea alimento para el pueblo de Dios; cuando viene del corazón y nace de la oración será muy fecunda. Que vuestra vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo, hombres de oración, hombres de sacrificio a fin de que con vuestra palabra y vuestro ejemplo se vaya edificando la casa de Dios, que es la Iglesia”.
Por otra parte, la misión del sacerdotes es la misericordia; precisamente este domingo está dedicado a celebrar la Divina Misericordia. Decía el Papa: “No os canséis de ser misericordiosos. Misericordiosos como el Padre, como Jesús fue misericordioso con nosotros. Con el óleo santo daréis alivio a los enfermos. Perded tiempo visitando a los enfermos. Al celebrar los ritos sagrados, al ofrecer durante el día la alabanza, la acción de gracias y la súplica no sólo por el pueblo de Dios, sino por el mundo entero, recordad que habéis sido escogidos de entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios”.
Finalmente, les decía el Papa, ser hermanos y padres: “Nos debe llenar de alegría. Realizad, pues, con alegría perenne, en verdadera caridad, con sinceridad, el ministerio sacerdotal de Cristo, interesados únicamente en complacer a Dios y no a vosotros mismos. La alegría sacerdotal se encuentra solamente por este camino, intentando complacer a Dios y a quien os ha elegido”.
Recemos hoy, queridos hermanos, por Nahum y Alberto, para que lo que hoy reciben lo sepan mantener siempre en sus vidas.
+Eusebio Hernández Sola, OAR.
Obispo de Tarazona.