En Cartas Obispo Emérito

“El Señor es compasivo y misericordioso”, ésta es la antífona que hoy hemos repetido en el salmo responsorial de la Misa (102). En este salmo se nos dice que “El Señor es… lento a la ira y rico en clemencia”.

El tiempo de Cuaresma nos hace ver la paciencia que Dios tiene con la humanidad y, a la vez, dentro de su paciencia está el no cansarse nunca de llamarnos a la conversión. Podemos decir que Dios, al no cansarse nunca de llamarnos, se toma todo el tiempo que nosotros necesitamos para sentir esa llamada.

La paciencia de Dios es lo que nos presenta hoy el evangelio (Lucas 13,1-9): “Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.

La paciencia de Dios es una manifestación de su misericordia, es como el viñador de la parábola que siente compasión de la higuera estéril y no la rechaza, además, la quiere cuidar con toda la delicadeza y con todos los medios a su alcance para que dé el fruto esperado.

El papa Francisco explicaba así esta parábola: “La higuera que el dueño de la parábola quiere erradicar representa una existencia estéril sin frutos, incapaz de dar, incapaz de hacer el bien. Es el símbolo de quien vive solo para sí mismo, satisfecho y tranquilo, en su propia comodidad, incapaz de dirigir sus ojos, la mirada y su corazón hacia quienes están a su lado y que están en estado de sufrimiento, en condiciones de pobreza, de dificultad”. La higuera es un signo de la humanidad herida por el pecado y encerrada en sí misma.

Pero frente a “esta actitud de egoísmo y esterilidad espiritual, contrasta con el gran amor del viñador por la higuera: tiene paciencia, sabe esperar, le dedica su tiempo y su trabajo. Prometió a su amo que cuidaría especialmente de ese árbol infeliz”.

Nuestra reflexión en este tiempo de Cuaresma nos debe hacer caer en la cuenta de que necesitamos volver a Dios. No todo está perdido en nuestras vidas, “Dios tiene paciencia y nos ofrece la posibilidad de cambiar y avanzar en el camino del bien”.

Por ello es el momento de preguntarnos: “¿Qué debo hacer yo para acercarme más al Señor, para convertirme, para cortar con aquellas cosas que no van?”.

Si nos sentimos débiles o desganados para cambiar, recordemos lo que Francisco nos decía de la paciencia del Señor: “Dios es Padre, Él no apaga la llama débil, sino que acompaña y cuida a los débiles para que puedan fortalecerse y lleven su contribución de amor a la comunidad”.

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