En Cartas Obispo Emérito

La Cuaresma es un tiempo de reconciliación, con Dios y con los hermanos. Es éste un aspecto que hoy nos presentan las lecturas de la Misa de este cuarto domingo de Cuaresma. Es el mismo Dios el que no se cansa de llamarnos para que podamos volver a la amistad con Él.

La antífona del salmo responsorial de hoy: “Gustad y ved que bueno es el Señor” (Salmo 33), es una confesión de la bondad de Dios. Él, como nos dice S. Pablo en la segunda lectura (2 Corintios 5,17-21), ha tomado la iniciativa para hacer de nosotros una “criatura nueva”, reconciliada con Dios y con los hermanos.

En el tiempo de Cuaresma tomamos conciencia de que “Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación”.

Quisiera hacer mías las palabras de S. Pablo y deciros: “Actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios”.

Esta reconciliación la podemos hacer realidad a través del sacramento de la Penitencia. Reconciliación es precisamente uno de los nombres con el que llamamos a este sacramento: “Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: “Dejaos reconciliar con Dios” (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: “Ve primero a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,24)” (Catecismo Iglesia Católica 1424).

Este sacramento es un Sacramento de curación. Cuando alguien va a confesarse, busca curar su alma, sanar el corazón. La imagen bíblica que mejor los expresa es el episodio del perdón del hijo pródigo.

El evangelio que hoy hemos escuchado (Lucas 15, 1-3.11-32) y que conocemos como “el hijo pródigo”, subraya de un modo especial la figura de un padre que no se cansa de esperar a quien ha sido ingrato y desobediente. Este padre es la figura que emplea Jesús para presentarnos a Dios, Padre que no se cansa de abrir sus brazos para acoger, perdonar, curar y devolver todos los bienes y dones que con nuestra desobediencia hemos perdido.

Os invito a confesaros en este tiempo que estamos celebrando. El papa Francisco nos explicaba así este sacramento en la Cuaresma pasada: “Cuando yo voy a confesarme es para sanarme, para curar mi alma. Para salir con más salud espiritual. Para pasar de la miseria a la misericordia. El centro de la confesión no son los pecados que decimos, sino el amor divino que recibimos y que siempre necesitamos. El centro de la confesión es Jesús que nos espera, nos escucha y nos perdona”.

 

 

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