Escuchamos hoy en la primera lectura tomada del profeta Isaías (43,16-21) el recuerdo que el profeta hace de la obra de Dios en favor de su pueblo: “El Señor, que abrió camino en el mar y una senda en las aguas impetuosas”. El recuerdo del éxodo del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto.
Una obra que sólo Dios podía realizar ya que un pueblo que vivía en la esclavitud no podía por sí solo liberarse del yugo que le oprimía.
Nosotros nos identificamos con este pueblo ya que somos conscientes de nuestras limitaciones y de nuestra debilidad. A lo largo de nuestra existencia vamos viendo las muchas dificultades por las que tenemos que pasar.
Especialmente en estos tiempos hemos visto con asombro la presencia del COVID que tantas preocupaciones y sufrimientos ha causado a muchas personas y que ha abierto una gran crisis que todavía vivimos. Últimamente estamos viendo las devastadoras imágenes de una guerra cruel que asola y arrasa a un país como Ucrania y que arrastra a toda Europa y al mundo entero.
Con esta realidad, en este final de la Cuaresma, nos encaminamos hacia la Pascua, en la que vamos a celebrar nuestra gran esperanza, la Resurrección de Cristo, su victoria sobre la muerte y el pecado.
El objeto de la esperanza cristiana es la resurrección: “El que ha resucitado a Jesús, el Señor, nos resucitará también a nosotros” (2Cor 4,14). Cristo ha sido “la primicia” (1Cor 15,20), y la primicia anuncia la cosecha total.
Nosotros pedimos hoy en nuestra oración que esta esperanza ilumine a toda la humanidad y que aquello que parece imposible y difícil, como difícil era la liberación de Egipto, sea una realidad que veamos cumplida, la paz, la justicia, el amor.
El pasado 25 de marzo, en unión al papa Francisco y a todos los obispos del mundo imploramos estos dones a la Virgen María. Con Francisco, decíamos llenos de confianza: “En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: «¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?». Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio”.
Pidamos ahora que, en la próxima Pascua, nada nos quite la alegría de la Resurrección. Que la crisis que vive la humanidad, los problemas familiares, la crisis social, la crisis económica, todos los males que nos puedan acechar, no sean mayores que nuestra fe en Jesucristo resucitado, nuestra esperanza. Que, por el contrario, tengamos la convicción profunda que estas sombras de muerte Cristo las venció y con Él nos abramos al misterio de la resurrección y la vida.