Decía San Juan de la Cruz que “al atardecer de nuestra vida nos examinarán del amor”. Es el mejor resumen del pasaje del Evangelio de San Mateo en el que Jesús muestra cómo será el juicio final, seremos separados según hayamos sido capaces de amar o no amar, de amar a Cristo o no amarle, aunque no seamos conscientes de que lo hagamos al mismo Jesús presente en los débiles, los menesterosos.
En ese relato Jesús quiere mostrar un camino para vivir la caridad, nos concreta qué podemos hacer por el hermano, atender al hambriento, al sediento, al que no tiene hogar, al que le falta el vestido, la salud, ha perdido la libertad y despedir al que deja este mundo; así lo recoge Jesús al hablar de su venida al final de los tiempos. También la tradición eclesial nos habla de otras 7 obras de misericordia llamadas espirituales que también son concreción de la caridad a realizar con el prójimo, enseñar el que no sabe, corregir que está en el error, dar buenos consejos, vivir el perdón, ejercitar el consuelo, saber sobrellevar los defectos del prójimo y rezar por los demás, también por los difuntos; Sin duda, una manera concreta de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Vivir la misericordia comienza por llevar en el corazón las necesidades de los demás, sentir como propias las miserias del otro para luego poner remedio en la medida que podamos, siendo conscientes que cuanto más amemos más aumenta nuestra capacidad para amar. Como diría Santo Tomás la caridad dilata al corazón de las personas.
Al vivir las obras de misericordia nos vamos haciendo semejantes a Dios que es amor. Cristo es el camino, él “que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hech. 10, 38). En muchos pasajes del Evangelio nos exhorta a vivir estas obras de misericordia, “sed misericordiosos como vuestro Padre Celestial es misericordioso” (Lc. 6, 36) y añade que no sólo se ayuda al prójimo al practicar las obras de misericordia, sino también a nosotros mismos “porque en la medida que demos se nos dará” (Lc. 6, 38), y nos van acercando al cielo como anuncia en sus bienaventuranzas “bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt. 5, 7).
Ojalá nos vayamos llenando por dentro de la misericordia de Dios como les decía San Pablo a los Colosenses “revestíos de entrañas de misericordia” (Col. 3, 12).
La misericordia es el rostro de Dios hacia los hombres, como así lo expresaba el papá San Juan Pablo II “él mismo la encarna y personifica, él mismo es, en cierto sentido, la misericordia” (Dives ni misericordia, 2); qué bonita misión, practicar la misericordia para que nuestro prójimo sienta a Dios a su lado.
Por tanto, se nos invita a que cada uno de nosotros vayamos concretando qué obras de misericordia podemos realizar con nuestro prójimo; siempre tendremos muchas ocasiones para ponerlas en práctica. El pensar que es al mismo Jesús a quien se las hacemos, sin duda puede ser la más fuerte motivación para realizarlas. No necesitamos saberlas de memoria, necesitamos querer al prójimo como a nosotros mismos.
+Vicente Rebollo Mozos
Obispo de Tarazona