Nos encontramos en tiempos en los que las certezas cada vez los son menos, donde los principios básicos o generales, cada vez son más cuestionados, donde la confusión se usa como forma de dominar, de manejar a las personas, y a partir de ahí a la sociedad o a las masas sociales. Donde la verdad ya no existe hay postverdad, metaverdad, verdad relativa, mi verdad, lo que a mí me parece; esto, junto a las técnicas de comunicación y a la velocidad con las que pasan las noticias y el tiempo, hacen que las personas seamos más frágiles, sin certezas, ni asideros.
Sin darnos cuenta hemos vuelto a la ley de la tribu, donde los líderes marcan el camino y los demás lo siguen, sin mayor preocupación o sentido crítico. Esto se impone de forma evidente en los colectivos de personas, uno de cuyos ejemplos más claros son los partidos políticos.
Este relativismo, esta falta de certezas, la confusión, ha llegado también al nivel de la conciencia de la persona. Quizá la pérdida del sentido de pecado encuentre su explicación en esta realidad cultural actual.
Somos masas manejables, dependemos tanto del mundo político que se han convertido en los guías y formadores de nuestras conciencias. Cuando se acaba el sentido crítico, la capacidad de preguntarnos los porqués y la de pedir cuentas a los que tienen responsabilidades, lo que dice la ley se asume sin más y se convierte en norma para nuestra conciencia.
Sin entrar en muchas profundidades, podemos decir que la legalidad la marcan las leyes y, por tanto, el Estado, que las crea y, la moralidad depende de la conciencia de las personas. Vemos que no son lo mismo. Así podemos decir que no todas las leyes son morales, es más algunas son claramente inmorales. Por poner ejemplos claros, la ley del aborto o la de la eutanasia van contra ley natural, son inmorales y por eso se pide la libertad de conciencia para que a los médicos no se les obligue a realizar actos contra su conciencia. Moralidad y legalidad, ¿deberían coincidir? Al menos en lo que se refiere a la ley natural sí.
Las personas siempre debemos obedecer a nuestra conciencia, ir en contra es pecar, por eso necesitamos tener una conciencia recta y bien formada, que no es hacer lo que a cada uno le parece bueno.
El Señor nos invita en este tiempo de Cuaresma de forma especial a que miremos en nuestro interior y descubramos cuánto seguimos o no la voz de nuestra conciencia, qué hacemos para formarla o no formarla.
Nos invita a que miremos al sacramento de la Penitencia como medio de formación y de poner paz en nuestra conciencia. La Palabra de Dios, la dirección espiritual, la formación, son las fuentes para que nuestra conciencia esté dispuesta siempre a hacer la voluntad de Dios. La Cuaresma es una invitación a la interioridad, a volver al camino del Señor, a reconocer sus preceptos como bienes para todos nosotros. En definitiva, para que hagamos buen examen de conciencia y descubramos cuánto estamos de cerca de la voluntad de Dios o cuánto estamos de cerca de nuestra propia voluntad.
La Cuaresma nos llama a la conversión, que es hacer que el amor de Dios y sus preceptos, sean lo que siempre nos guíen.
+Vicente Rebollo Mozos.
Obispo de Tarazona