Al retomar las cartas dominicales, quiero hablar de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Lisboa, con la presencia del Papa Francisco, un acontecimiento muy importante para la Iglesia universal por los participantes, jóvenes, y por el número de ellos, en torno a 1,5 millones provenientes de todos los rincones del planeta.
Los que allí participamos vimos una juventud identificada con el Papa Francisco, al que querían mostrar su apoyo repitiendo “esta es la juventud del Papa”, cada uno la repetía con el acento propio de su lengua. Es una muestra de cariño, de aprobación de su mensaje y de decirle al Papa que podía contar con ellos.
Han sido unos días vividos con mucha intensidad, de profundos contenidos, de espíritu de Iglesia. Ver tanta cantidad de jóvenes nos hace pensar qué grande es la Iglesia y, a la vez, qué pequeño es el mundo. Qué experiencia más rica ha sido mezclarse con los jóvenes después de las celebraciones, contagiaban alegría, ganas de estar con sus obispos; nos pedían bendiciones, oraciones por sus necesidades; nos obsequiaban con postales, medallas, pulseras con las imágenes de sus patrones, la Virgen de su devoción; transmitían comunión y ganas de ser consecuentes con su fe. Simpático alboroto lo llamó el Papa, junto con la invitación a contagiar la alegría más allá de Lisboa para ser misioneros de la alegría, como nos animó en su último mensaje.
El estar allí participando en este encuentro, en palabras de Francisco, ha sido una llamada de Jesús, como lo es toda nuestra vida de fe. Él, porque nos quiere nos llama a cada uno por nuestro nombre, nos llama a ser comunidad, por eso insistió “en la Iglesia caben todos, todos, todos”; la Iglesia es la casa de todos, Dios nos quiere a cada uno como somos.
El Viacrucis del viernes, 4 de agosto, sirvió para recordar que no estamos solos, Dios camina a nuestro lado siempre, “la cruz es el amor con el que Jesús quiere abrazar nuestra vida”, muere “por ti” subraya el Papa para que no lo veamos como una teoría, sino como una certeza en la vida de cada uno. Las meditaciones de cada estación realizadas por los jóvenes, los testimonios de vida que se intercalaron, la escenificación de las estaciones, fueron de una profunda intensidad.
En la vigilia del sábado, 5 de agosto, nos invitó a ser misioneros de la alegría, a ayudar a los que no tienen ilusión en la vida. El momento de adoración al Santísimo fue impresionante, la adoración y el silencio de los más de millón y medio de jóvenes, manifestó la profundidad del momento. Tocaba rezar, adorar y así se hizo; todo un testimonio.
En la Eucaristía del domingo, 6 de agosto, nos concretó el compromiso con tres palabras: resplandecer, escuchar a Jesús y, no tener miedo. Nos invitó a hacer crecer lo que Jesús ha sembrado en nuestros corazones estos días.
La presencia de jóvenes de nuestra diócesis ha sido pequeña, pero más pequeña es la levadura en la masa o el grano de mostaza entre las hortalizas, y, sin embargo, el amor de Dios y al Reino les hace crecer sin medida. Ojalá seáis el fermento de la pastoral juvenil en la diócesis. Estamos a vuestro lado.
+Vicente Rebollo Mozos.
Obispo de Tarazona