El próximo domingo celebraremos la 110ª Jornada Mundial del migrante y refugiado, con el lema “Dios camina con su pueblo” para recordarnos que, para Dios, todos somos miembros de su pueblo, todos somos sus hijos y por tanto está al lado de todos.
Sin duda es un tema muy actual, quizá demasiado manipulado, maltratado y usado de forma tendenciosa por unos y otros. Es muy común ver en nuestras calles, trabajos, centros de estudio… personas de diversas razas, de múltiples países, que comparten su vida con nosotros. Quizá sepamos poco de ellas, pero las vemos integradas en nuestra sociedad. Pero hay otras muchas que no lo han conseguido y hay otras muchas que cada día se acercan a nuestro país en busca de una nueva vida, una nueva oportunidad para ellos y sus familias. La llegada entre nosotros es motivo de esperanza porque, con mucho esfuerzo, superando muchas dificultades, dejando a sus familias, arriesgando su vida, vienen con la certeza de que todo va a ser nuevo y mejor para ellos desde ese momento.
Desde nuestro lado, unos nos dicen que los necesitamos para trabajar en lo que a nosotros no nos gusta o no queremos, otros nos dicen que son una amenaza porque nos quitan el trabajo, otros nos dicen que es una invasión progresiva que va a acabar con nuestro nivel de vida, nuestro estado de bienestar, con nuestra sociedad. Ante esto debemos preguntarnos como cristianos, cómo podemos afrontar esta realidad. ¿Qué pensamos de este fenómeno migratorio? ¿Cómo mirar, qué pensar, cómo actuar ante estas personas?
El reto es la convivencia entre todos, construir un futuro para todos y entre todos, con la necesidad de que todos sumemos y desenmascaremos a los que restan. Como creyentes sentimos que Dios camina con su pueblo, que la Iglesia tiene el reto de no dejar a nadie atrás, por eso tenemos que ser comunidades acogedoras y misioneras. El Papa Francisco en el mensaje para esta jornada nos invita a que veamos en los emigrantes “una imagen viva del pueblo de Dios en camino hacia la patria eterna. Sus viajes de esperanza nos recuerdan que ‘nosotros somos ciudadanos del cielo y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo’. (Flp. 3, 20)”. Y añade “por eso, el encuentro con el migrante, como con cada hermano y hermana necesitados es también un encuentro con Cristo”. Esta la actitud del creyente, la mirada del seguidor de Jesucristo.
En la Palabra de Dios, encontramos el fundamento para nuestro compromiso, en Mateo 25, el juicio final, el Señor nos descubre cómo siempre se identifica con el pobre, el forastero, el que carece de lo necesario, para hacernos una llamada a ejercer la caridad, porque así estamos amando al mismo Dios.
El Papa nos resume en cuatro verbos, cuál debe ser nuestro comportamiento con los emigrantes, acoger, proteger, promover e integrar. Así seremos iglesia que siembra humanidad y esperanza en nuestro mundo. Pidamos para que el Espíritu nos ilumine a todos, gobernantes, todo tipo de autoridades, responsables de la sociedad y a cada uno de nosotros para afrontar esta realidad social de una manera útil, justa y llena de caridad.
+Mons. Vicente Rebollo Mozos.
Obispo de Tarazona