Acabamos de celebrar el día de Todos los Santos y la conmemoración de Todos los Difuntos. Son días de mucho fervor espiritual y también de muchos sentimientos humanos. Nos hablan de ejemplo, de seguimiento total de Jesús, de testimonio de vidas entregadas por amor, de seres queridos a los que seguimos queriendo, de final temporal, de Vida Eterna, de Comunión de los Santos. Esta es la frase que rezamos en el credo y que recoge esto que acabamos de vivir.
Para entenderlo nos puede ayudar comenzar por un ejemplo negativo, como es la existencia del pecado y del mal. Con gran dolor estamos descubriendo dentro de la Iglesia, el pecado cometido por algunos eclesiásticos o personas que trabajan en la Iglesia, realizando actos punibles con personas menores de edad. Han sido realizados de forma oculta, privada, pero sus consecuencias afectan a toda la Iglesia, a los creyentes. Sentimos vergüenza, dolor, pesar, arrepentimiento y petición de perdón a las víctimas. Comprobamos que el mal nos afecta a todos, más allá del que lo comete; pues el bien, con más motivo, nos enriquece y aprovecha a todos. Su fundamento está en que la iglesia “es la asamblea de todos los santos. La comunión de los Santos es especialmente la iglesia”. (Catecismo 946).
San Pablo nos ayuda a entenderlo con el símil del cuerpo, “vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro”. (I Cor 12, 27). Lo que pasa a un miembro del cuerpo afecta al resto. Es Cristo, cabeza del cuerpo de la Iglesia (Col 1, 18), el que nos une y crea esa comunión de todos porque de Él mana la gracia, la vida que recibimos. Por el bautismo nacemos a la vida eterna, por tanto, la muerte no interrumpe esa unión, no rompe la familia de los creyentes. Creemos en la comunión entre los que aún peregrinamos por este mundo con los que ya han terminado, pero aún se están perfeccionando y, con los que ya están viviendo eternamente junto a Dios. Bien, sean conocidos o no. Esté reconocida su santidad de forma oficial para toda la iglesia o no los conozcamos, porque “se trata de una muchedumbre inmensa que nadie podría contar de todas las naciones razas pueblos y lenguas”. (Ap 7,9)
La finalidad de la comunión de los Santos es ayudarnos a todos a ser Santos. La fuente es el valor infinito de la muerte de Cristo para perdonar nuestros pecados, sus méritos son para todos y para siempre. Junto a la expiación de Cristo se encuentra también las obras de nuestra madre María y todas sus oraciones por nosotros. Todos los méritos de los Santos y finalmente nuestras buenas obras y oraciones. En nuestra vida de cada día contribuyen a esta comunión, la celebración de los sacramentos porque nos unen a Cristo y nos dan su gracia. La oración que alimenta nuestro espíritu y el ejercicio de la caridad que nos une entre todos. En palabras de San Pablo, “el amor no pasa nunca. Todo lo demás se acabará” (I Cor 13, 8).
Que cuando recemos esta parte del credo renueve nuestros deseos de santidad y de unión con todo el Pueblo de Dios.
+Mons. Vicente Rebollo Mozos.
Obispo de Tarazona