In Cartas del Obispo, Cartas dominicales

Este domingo celebramos la festividad de la exaltación de la Santa Cruz. Nos podemos preguntar, cómo es posible que celebremos una fiesta para exaltar la Cruz que es un instrumento de tortura, de muerte, y en la que murió nuestro Señor Jesucristo; por qué es la señal del cristiano. Precisamente porque en ella, gracias a la entrega de su vida, Cristo nos mostró su amor total. Y lo que era un instrumento de tortura y muerte cruel desde ese momento es un signo de amor, de esperanza, de victoria sobre el pecado y la muerte. Celebramos el amor que nos ha redimido y nos ha alcanzado la Vida Eterna.

En los primeros siglos de nuestra era cristiana ya se celebraba esta fiesta. Nos lo cuenta San Cirilo de Jerusalén, hacia el año 348, manifestando que existe el Madero de la Cruz, lignum Crucis, que se venera por muchos en Jerusalén.

La tradición nos cuenta que fue Santa Elena, la madre del emperador Constantino quien, en una peregrinación a Tierra Santa, en el siglo cuarto, encontró la Cruz en la que murió Cristo. Más tarde en el año 335, es este mismo día, se dedican dos basílicas en el lugar que murió Cristo y en el que resucitó. Un tercer acontecimiento afianzó esta celebración, en el siglo séptimo, en torno al año 630, cuando el emperador Heraclio derrotó a los persas, quienes el año 614 se habían apoderado del madero de la Cruz cuando saquearon Jerusalén. De nuevo se recuperó la Cruz de Cristo y fue llevada a Jerusalén, celebrando su fiesta el 14 de septiembre.

El amor es la fuente de nuestra redención y lo que da sentido a la vida cristiana. Amor que no rehúsa el dolor, el esfuerzo, el sacrificio con el que, además, siempre nos encontramos en la vida, sino que nos ayuda a entender y dar sentido a lo que nos cuesta aceptar.

La Cruz certifica el amor total de Dios al hombre, hecho realidad a través de Jesús. Así se lo dijo a Nicodemo “tanto amó Dios al mundo que entregó a su unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Sabemos que esto no era una mera promesa, un anuncio vacío, se hizo realidad de forma plena y total en el sacrificio de la Cruz.

Cómo no adorar la Cruz, cómo no entenderla como la señal del cristiano, si al mirarla solo vemos amor y vida. Decía el Papa San Juan Pablo II, “en la Cruz se muere para vivir, para vivir en Dios y con Dios, para vivir en la verdad, en la libertad y en el amor para vivir eternamente

La Cruz de Cristo ilumina nuestra vida de cada día, nos ayuda a dar sentido a nuestros pequeñas cruces y nos abre las puertas a la Vida Eterna. La Cruz es llamada hacia el Cielo, intentando cambiar, por el amor, lo negativo de esta vida.

Celebrar esta fiesta es creer en profundidad en el amor de Dios, sentirnos cerca de los que cada día abrazan su Cruz con fuerza y tener esperanza en que el mal quedará derrotado.

+Mons. Vicente Rebollo Mozos.
Obispo de Tarazona

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